Corazón a mil
Todavía recuerdo el estruendo y la extraña sensación de una lluvia fina de cristales sobre mi cuerpo. También el latido desconmensurado en el pecho. Tanto el fotógrafo como yo salimos ilesos. El otro conductor resultó herido.
Los policías casi nos detienen por nuestra imprudencia. Pero nos salvó que el hombre que nos embistió iba tan borracho que le delataba el aliento.
Fue entonces cuando aprendimos que en un accidente de tráfico nunca hay que pararse en otro carril distinto al del accidente. Y además, hay que hacerlo siempre, después del coche siniestrado, para que sea éste el que actúe de parapeto.
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