ME EXPULSARON DE UN TAXI
Casi todo el mundo ha tenido alguna experiencia vital interesante con un taxista. Los hay que ejercen de psicólogos, de asesores financieros, de confidentes, de detectives, de kamikaces, de comadronas y hasta de policías. Seguro que habría muchísimas historias apasionantes que escribir sobre este colectivo. Pero también las hay cafres, como ésta.
Caía una tromba sobre Barcelona. El agua resonaba en el tejado de la redacción y el subdirector de información se puso nervioso. Como en otras ocasiones a mí me tocó salir a la calle y hacer un reportaje. Pretendía que recorriera toda Barcelona en pleno aguacero para explicar cómo sobrevivía la ciudad a semejante inundación.
Y es que una cosa es lo que se piensa dentro de la redacción sobre lo que sucede ahí fuera y otra muy distinta lo que uno se encuentra. Vamos, que llovía, pero tampoco era para coger una zódiac.
A por los peores atascos
Paré un taxi en la anchísima calle de Aragó, que estaba casi colapsada de vehículos a causa de la tormenta y del apagón inevitable de semáforos. Cuando me senté en el asiento trasero le solté al conductor mi increíble petición: "Hola. Lléveme por favor a los sitios donde haya más problemas de tráfico y de lluvia".
Yo creo que el taxista debió de pensar que yo estaba loco o que me había tocado el Euromillones y quería fundirme el premio en una interminable carrera de taxi.
Y justo antes de que enfilara hacia el instituto psiquiátrico hice algo que casi nunca hago por si las moscas y que es revelarle mi condición de periodista. "Verá -le dije- es que me han encargado un reportaje y por eso tengo que ir a los sitios donde haya más problemas con el agua. Pero no se preocupe por la carrera que se la pago igual".
La pregunta clave
"¿Y dónde me ha dicho que trabaja?", me preguntó el muy chafardero, con cierta malicia porque yo no se lo había mencionado ni pensaba decírselo. Pero acorralado por la pregunta le contesté el nombre de mi periódico.
¡Dios mío! Menudo frenazo. El vándalo frenó de repente en medio de la calle y me gritó: "Bájese ahora mismo de mi coche. Yo no llevo a nadie de su periódico".
"Pero, oiga, si está diluviando", le contesté justo antes de preguntarle por el motivo.
"¡Que te bajes!", me soltó.
"Pues tendré que apuntar la matrícula y denunciarle", le solté, pero él ni se inmutó.
Yo me quedé en medio de la calle, notando como el agua comenzaba a anegar mis tobillos y con la boca abierta por el alucine de un reservado el derecho de admisión en vehículos que desconocía. Hasta me miré los calcetines, por si los llevaba blancos, como en las discotecas.
60 euros de nada
Como soy un hombre de palabra, denuncié al taxista. Y al cabo de un tiempo recibí una carta en la que me informaban que le habían abierto un expediente. El tipo ni siquiera presentó alegaciones y tuvo que pagar una sanción de 60 euros.
Sobre las causas de aquel suceso, sólo he podido imaginarlas. Nuestro diario ha denunciado manipulaciones de taxímetros, abusos a turistas, cobros de comisiones en restaurantes y hoteles, mafias en el párking del aeropuerto... Y claro eso no le ha gustado a algunos.
"Pues menos mal que no te partió la cara", me dijo un compañero, ya en la redacción. Pues eso, menos mal.