30 mayo 2007

UN LADRÓN EN LA REDACCIÓN

Creo que nunca he estado tan cerca de un ladrón como cuando hace muchos años trabajé en un pequeño diario de provincias. Y no es que el propietario o el director lo fueran. Ni mucho menos. Sino que tanto yo como mis compañeros periodistas y fotógrafos comprobábamos, con una frecuencia mensual, que nos desaparecía el dinero de algunas de nuestras carteras. Curiosamente el robo coincidía con el día de cobro (nos pagaban en efectivo).

Como no había forma de pillar al ladrón, se me ocurrió recurrir a mis contactos en la policía. De algo me tenía que servir acudir a diario a la comisaría. Me sinceré con los inspectores y enseguida me propusieron cómo capturar al ladrón.

Preparar la trampa

Tenía que conseguir un bolso y un monedero que actuarían como cebos. Para ello me fue de gran utilidad mi vecina jienense, que aprovechó para deshacerse de uno de sus bolsos más anticuados. El monedero fue más fácil de conseguir.

Y el dinero que había que poner en su interior... Bueno, ahí sí que arriesgué mis propios billetes, pero el objetivo final era loable y compensaba.

Rojo delator

Con toda la trampa preparada, volví la comisaría. Los agentes de Policía Científica (ahora conocidos como los CSI) cubrieron los billetes y los recovecos del monedero de un polvillo oscuro. Uno de ellos puso después sus dedos tiznados bajo el grifo y su mano se tiñó de un rojo sanguíneo, perpetuo, imborrable.

"Ahora pones el bolso donde el ladrón pueda cogerlo. En cuanto detectes que han robado, nos avisas y nosotros nos encargaremos de mojar las manos de todos los empleados. El que las tenga rojas es el ladrón", me explicó uno de los agentes.

Sólo cuatro personas

Pusimos la trampa en una percha de la redacción. Y a esperar. Sólo cuatro personas sabíamos de su existencia. Cada día, una guapa fotógrafa (que ya había sido víctima) ponía y quitaba el bolso en un perchero de la redacción.

Llegó el día de cobro y repetimos el ritual. Pero el bolso siguió intacto. Nadie abrió el monedero que había en su interior ni cogió los billetes chivatos.

De los cuatro que conocíamos el secreto, uno era la joven que se prestó a llevarlo consigo. Los otros dos eran el director y el subdirector. Y el cuarto era yo. Nunca aclaramos aquellos robos, que cesaron desde que pusimos el señuelo. El ladrón se esfumó tan rápido como la posibilidad de atraparlo.

Y si alguno de los 20 que trabajábamos en el periódico se lavó la manos y se asustó al ver cómo se teñían de rojo, nunca nos lo dijo.

26 mayo 2007

UN MUERTO EN LA AMBULANCIA



Sólo una vez le he visto la cara a la muerte. Y no me gustó. Me pareció triste. Hace 25 años y no lo he olvidado.

Era voluntario de Cruz Roja y estaba destinado en un pequeño puesto de socorro de carretera cerca de Barcelona. Un día gris y aburrido. No es que deseáramos que se produjeran accidentes de tráfico, pero un poco de acción servía para dar sentido nuestra tarea y acelerar un poco el reloj.

En Intensivos

Una llamada nos pidió que nos desplazáramos al Hospital Comarcal con nuestra ambulancia para hacer un traslado. Me pareció curioso que en lugar de llevar a un paciente o a un herido hasta el hospital, tuviéramos que hacerlo al revés. Y más me sorprendió cuando al llegar a Urgencias nos dijeron que teníamos que esperar un poco porque el enfermos estaba en la UCI.

"¿Por qué lo tenemos que llevar a su casa si está en Intensivos?", le pregunté a mi compañero, conductor y más veterano que yo. "Es que se está muriendo y la familia quiere que lo haga en su casa", me soltó sin darle importancia.

Era un anciano. Tenía la piel muy amarilla y la mirada perdida. Llevaba una mascarilla de oxígeno que conectamos a la bombona de la ambulancia. No decía nada. Yo creo que ni nos miraba. Le hablé, pero no parecía que oyera.

Adiós en silencio

A mí me tocó sentarme detrás, a su lado. Cuando iniciamos la marcha hacia un pueblo próximo, sin luces ni sirenas, él cerró los ojos. Oía el rumor del oxígeno, pero no así su respiración. No se movía. Al poco rato noté un olor desagradable. Se lo había hecho encima. Se lo dije a mi compañero, que me contestó: "Eso es porque ya se ha muerto". Dilatación de esfínteres, dicen los entendidos.

Se fue sin que nos enteráramos, como un suplo imperceptible. Cuando llegamos a la casa, su familia nos esperaba ya en la calle. El médico del pueblo también. Comprobó que había fallecido. La familia había preparado su dormitorio. Y lo llevamos hasta allí. Lo dejamos en la cama. Parecía dormido.

Nos fuimos de nuevo al puesto de socorro y el conductor retiró las sábanas y las puso a lavar. Yo preparé la camilla para el próximo servicio. Me sentía raro.

Tema de portada

A los pocos años, aquella experiencia fue el embrión de un reportaje periodístico en el desaparecido Noticiero Universal. El traslado de enfermos críticos a sus casas, para que pudieran morir con los suyos, era una práctica habitual, aunque de dudosa legalidad. Y eso era portada.

Destapamos el supuesto escándalo, pero no pasó nada. Es como cuando ahora a los pacientes críticos se les aumenta la medicación para que descansen en paz de una vez. Todos lo saben. Tal vez sea lo mejor. Aunque se tenga que buscar un resquicio en la a veces absurda ley.

23 mayo 2007

AL ACECHO DE UNA PRESA NOCTURNA


Mi padre nunca se cansó de repetirme aquello de que "de noche todos los gatos son pardos". Y creo que tiene razón. No es la primera vez que cuando salgo de trabajar, a las tres de la madrugada, me topo de narices con el suceso más inesperado, como el de la ciclista ensangrentada. A veces me pregunto si soy yo el que los atrae o si es la noche la que los multiplica.

Aquella madrugada, cuando me detuve en el semáforo de la calle Marina con Aragó (en el centro del gráfico), en Barcelona, me inquietó aquella imagen disonante. Una chica esperaba para cruzar (tenía el semáforo verde), pero no lo hacía. Parecía nerviosa. Miraba a uno y otro lado.

A tan sólo cinco metros, en el mismo paso de peatones, dos jóvenes no dejaban de mirarla y de cuchichear entre ellos. Pero ella, que no, que no cruzaba. Y yo, enseguida, temí lo peor.

Delante mío

Instintivamente, llamé a la policía y les pedí que vinieran. "No estoy seguro, pero me parece que van a atacar a una chica en el cruce de Marina con Aragó", les dije. Mientras hablaba con el operador del 091, la chica comenzó a cruzar a paso rápido. Pasó por delante de mi capó. Y los dos jóvenes, detrás.

Ella se dirigía ligera hacia la plaza de Pablo Neruda, un pequeño y oscuro parque urbano. Iba directa a la boca de lobo, pensé. Y ellos detrás, un poco más rápido. De repente, ella dio un giro rápido y cruzó la calle de Aragó, una avenida grande de seis carriles, y ellos emprendieron la carrera tras ella.

"!Que vengan ya, que están a punto de tirarse encima!", grité al policía que intentaba confirmar si mis sospechas estaban fundadas.

Rodar por el suelo

En un segundo vi a la chica rodar por el suelo en medio de la calle, aferrada a su bolso, liándose a patadas con los dos ladrones. Bajé del coche y les grité: "¡Dejadla en paz!". Ellos me miraron y salieron corriendo.

Cuando me acerqué a levantar a la chica, se alejó de mí, asustada. Se pensaba que yo también iba a atacarla. Un frenazo en seco retomó la situación. "Alto, policía", gritaron dos tipos desde un Clio de cuatro puertas. Era un coche camuflado de la policía.

Los dos explicamos lo ocurrido. Los agentes recogieron a la joven y se la llevaron en su coche para tratar de localizar a los tironeros antes de que se toparan con otra víctima.

Yo volvía a mi coche, aún con las puertas abiertas. Pensé, sin ánimo de parecer un héroe, que si todos tuviéramos una actitud más vigilante y solidaria, ellos, los que están al otro lado, lo tendrían un poco más difícil.

18 mayo 2007

MI PRIMERA ENTREVISTA CON EL REY

La primera vez que hablé con el Rey, con Juan Carlos I, claro, fue hace 25 años. Era un crío y acababa de entrar a colaborar (no tenía sueldo) en el diario El Noticiero Universal, ahora desaparecido. Una noche me pidieron que a la mañana siguiente me fuera a la Academia de Suboficiales de Talarn (Lleida) porque el entonces joven rey iba a entregar los títulos a los nuevos mandos.

Recuerdo perfectamente que recogí al fotógrafo, César, en la Diagonal de Barcelona cuando apenas había salido el sol y nos fuimos con mi flamante Seat 850 a Lleida. Cuando quedaba poco para llegar a la base militar nos paró al Guardia Civil para identificarnos y preguntarnos a dónde íbamos. Nos pidieron la acreditación de prensa, pero no teníamos, ni siquiera un mísero carnet de nuestro periódico.

El penúltimo control

Me debieron ver la cara de bueno y jovencito, así como la bolsa del fotógrafo, no tan jovencito pero igual de bueno, y nos dejaron pasar. ¡Bien! Pero un par de kilómetros más allá, en la puerta del campamento, nos esperaba otro control, esta vez de policías militares:

-- "¿La invitación?"
-- "No tenemos. Verá, es que nos avisaron anoche y no ha dado tiempo".
-- "¿Carnet de prensa?"
-- "No, es que, mire, soy estudiante y no trabajo todavía en el diario..."

Miradas de perplejidad bajo los cascos, dudas, cuchicheos y, ¡milagro!, nos levantaron la barrera.

Aparcamos el coche y César y yo nos dirigimos a la gran explanada donde ya habían comenzado a desfilar decenas de jóvenes suboficiales, contemplados por cientos de familiares.

En la tribuna de prensa

Nos metimos donde estaban los periodistas con sus cámaras, blocs (que no blogs) y casetes hasta que comenzamos a ver que varios hombres muy bien vestidas nos señalaban nerviosos. Enseguida supimos que eran escoltas de paisano, que se acercaron a pedirnos explicaciones. No teníamos la credencial colgada del cuello (ni en el bolsillo, porque no teníamos nada que nos identificara como periodistas). Dimos nuevas explicaciones, que se creyeron, porque eran ciertas, y ahí nos quedamos.

Después, todo fue más fácil. Seguimos al séquito de personalidades y acabamos metidos en una sala repleta de oficiales. Yo, iluso de mí, me acerqué al Rey mientras tomaba un aperitivo y comencé a preguntarle sobre lo que le había parecido el acto. El, amable y simpático, me contestó atentamente mientras yo intentaba memorizar lo que me decía.

La ingenuidad del principiante

Cuando horas después llegué a la redacción, me puse a escribir mi entrevista con el Rey. Le pasé los folios a mi jefe, que comenzó a leer con cierta sorpresa e incredulidad. Tras unas risas, que no entendí muy bien a qué venían, me miró fijamente y me preguntó: "¿Pero a ti nadie te ha dicho que el rey no da entrevistas así como así? ¿No te han explicado que lo que dice en un acto informal no se puede publicar?"

Y me exclusiva real se fue al traste. Comenzaba a aprender mi oficio.

16 mayo 2007

EL ATROPELLADO Y LOS DOS SAMARITANOS


Me pasó en Tarragona. Normalmente, siempre llevaba en el bolso mi cámara Konica Pop, de color rojo brillante (nada discreta para mi trabajo). Y aquel día, cuando vi a un hombre tirado sobre el asfalto de la Rambla Nova no me lo pensé dos veces.

Primero acudí a ver si podía ayudar al herido, pero ya había dos personas, un hombre y una mujer, atendiendo al peatón atropellado. Y un buen número de curiosos arremolinados en la arteria principal de la pequeña ciudad.

Suceso poco frecuente

Así que opté por tomar unas cuantas fotografías. Trabajaba en el Diari de Tarragona y aquellas fotos podían llenar un buen espacio en las páginas de Local. No todos los días atropellan a alguien en una ciudad de 90.000 habitantes, en nada comparable a otras fagocitadoras de peatones y motoristas como Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia o Bilbao.

Llegué a la redacción con mi foto bajo el brazo. Bueno en realidad en la cámara, dentro de un rollo de negativo (entonces no existían las digitales), y la entregué a los compañeros del laboratorio para que la revelaran.

No había muerto

Salió en la sección de Sucesos. "Atropello en la Rambla", decía el titular. Era una noticia a pie de página. Una más, en un diario saturado de novedades. El atropellado no había muerto y eso, mal que nos pese, marca la diferencia en la extensión de la noticia.

Al día siguiente, cuando yo ya estaba metido en nuevas historias, me avisaron de que tenía una visita en la entrada de la redacción. Allí me encontré con una pareja indignada. Me dijeron que estaban dispuestos a denunciarme por la foto del atropello.

"¿Son familia del herido?", les pregunté. "No. Somos los que estamos ayudándole", contestaron. Y yo repliqué: "¿?" (estos signos significan la mueca perpleja de mi cara).

En el lugar equivocado

Y entonces, los dos comenzaron a explicarme que eran amigos, buenos amigos, muy buenos amigos... tanto que no podían salir juntos en una foto, porque ni uno ni otro debían estar allí en ese momento y muchos menos juntos. Aunque fuera realizando una buena acción.

Yo me excusé, aunque no sé muy bien porqué, pero les dije que ya no se podía hacer nada. No sabía que los dos estaban casados (cada uno con su respectiva pareja) y ellos estaban en la vía pública, en el epicentro de una noticia.

No volví a saber más de los dos infieles. Una pena. ¿Se rompió una de las parejas? ¿Las dos? ¿O tal vez las tres? ¿Tenían derecho a denunciarme?

Si os apetece, escribidme vuestra opinión, aunque os adelanto que tengo la conciencia tranquila.

15 mayo 2007

¡ ¡ ¡ ABRO NUEVO BLOG DE VÍDEOS ! ! !

Tengo el placer de comunicaros que estreno un nuevo blog.

Desde hoy reservaré este blog que estáis leyendo para contaros mis experiencias personales, que son muchas.

En el nuevo, Un vídeo cada día, os ofreceré precisamente eso. Bastará que el vídeo me haya hecho reír, emocionado, estremecido, conmovido, ilusionado...

Sólo si el vídeo consigue rozarme el corazón, lo que no es fácil, me animaré a compartirlo con vosotros.

Eso sí, será uno al día, para empezar el ídem con una sonrisa ;-)

14 mayo 2007

LOS CERDOS NOCTÁMBULOS (y 2)



Aquí lo tenéis. Es la voz del chófer que amenazó con soltar 300 cerdos en la Rambla de Barcelona. En un post anterior os conté cómo hasta yo mismo salí del periódico de madrugada y me fui a buscar el tráiler con los gorrinos.

Ahora acabo de encontrar en Youtube este documento sonoro impagable, la conversación que mantuvo el transportista con Cristina Lasvignes en Hablar por Hablar, de la Cadena Ser, el programa ideal para los luciérnagos como yo.

Dicen que al final el camionero consiguió que le pagaran y no soltó los cerdos. ¡Qué pena!

12 mayo 2007

MALDITOS ROEDORES...


Cuando me encargaron que hiciera un reportaje sobre ellas, no imaginé que me iban a fascinar tanto. No pensaba que fueran listas, sociales y organizadas. Sólo sabía que eran nuestras enemigas y que debíamos mantenerlas a raya.

Fue un veterinario experto en zoonosis y responsable de la lucha contra las plagas en Barcelona el que me contó algunas curiosas peculiaridades de esas temibles mickey mouse que viven bajo nuestros pies.

Tantas como habitantes

De entrada, cualquier gran ciudad, por muchas medidas que tome, tiene siempre en el subsuelo tantas ratas como habitantes. Y eso suponiendo que se coloque raticida para mantenerlas bajo control.

Pero con ellas no funciona cualquier veneno. ¿El motivo? Es que las ratas son tan espabiladas que si alguna de ellas ve a una compañera muriéndose mientras come un cebo envenenado, ya no se acerca después a esa comida tóxica.

Como el hombre es aparentemente más listo, inventó el veneno con anticoagulante. La rata come, y repite, y vuelve a probar, hasta que al cabo de un cierto tiempo, y ya lejos del veneno, empieza a encontrarse mal y se muere de una hemorragia interna. Sus compañeras no descubren el motivo del fallecimiento y prueban también el cebo.

Convivencia

Pese a todo, las ratas se reproducen tan rápidamente, que no hay veneno suficiente para matarlas a todas. Ni tampoco existe flautista alguno que se las lleve con la música a otra parte. El secreto está en conseguir una coexistencia digamos que tolerada. Mientras ellas no suban...

Este veterinario me contó también que nunca hay que plantarles cara. Normalmente, las ratas tienen miedo y huyen ante el más mínimo riesgo. "Si alguna vez te encuentras con una de cara, en una habitación por ejemplo, no la acorrales, ella debe tener siempre una salida", me contó.

Y para ilustrar el consejo recordó el caso de un empleado municipal que trabajaba en las cloacas que intentó dar una patada a una rata, pero ésta le clavó los dientes en su enorme bota de goma y se quedó enganchada. El drama fue conseguir librarse de ella...

Comida por el desagüe

También me explicó el porqué de tanta rata bajo las ciudades. Miles de personas las alimentan sin saberlo arrojando la comida por el desagüe y el inodoro. Ellas lo saben y se limitan a esperar y a comer.

Pero mientras sigan encontrando la comida allá abajo, no subirán a buscarla.

11 mayo 2007

HOY TIENE QUE SER UN GRAN DÍA



¿Estáis un poco depres? ¿Os sentís desgraciados? ¿Creéis que los años pasan demasiado rápido? ¿Habéis sido padres y sólo ahora comenzáis a entender a los vuestros?

La mayoría nunca nos planteábamos de jóvenes qué queríamos ser de mayores ¿Y ahora? ¿Nos da miedo el futuro? ¿Sentimos nostalgia por el pasado?

Echad un vistazo a este vídeo, fijaros bien en el mensaje, y disfrutad. Hoy, como mañana, puede ser un gran día.

Sólo hay que usar crema solar y tener algunas cosas claras. ¡Ánimo!


El texto de este videoclip es el de una columna de opinión publicada el 10 de junio de 1997 en el diario estadounidense Chicago Tribune por la periodista Mary Schmich y que podéis leer aquí.

09 mayo 2007

EL VIRUS EQUINO POLICIAL

En 20 años de profesión periódística sólo una vez me han citado para tener que dar explicaciones a la autoridad competente sobre una información. Y no se trató de que hubiera injuriado a alguien o que hubiera mentido. El asunto tuvo que ver con caballos y también con la policía.

Fue en el verano de 1991. Ese año anterior a los Juegos Olímpìcos de Barcelona se detectó un brote de peste equina en Andalucía y todos estábamos muy susceptibles con todo lo que tuviera que ver con caballos y epizootias (enfermedad en animales). Un brote de esas características podía estropear la imagen de los JJOO. Y eso no se podía permitir.

Y fue en ese contexto cuando recibí una misteriosa llamada en la redacción. Una garganta profunda me aseguró que todos los caballos del Cuerpo Nacional de Policía en Barcelona estaban en cuarentena por una extraña enfermedad.

La confirmación de un veterinario

Enseguida me puse manos a la obra. En esos casos tiras de agenda. Localicé a un veterinario que me confirmó la enfermedad. No era grave, pero los equinos tenían diarrea y, claro, no podían patrullar.

Publiqué la información y me quedé tan ancho. Hasta que un día me encontré un sobre en la mesa. Era una citación policial. Pero no me invitaban exactamente a ir a una comisaría, sino al cuartel policial de la plaza de Espanya (hoy ya desaparecido).

Como yo para esas cosas soy muy desconfiado, hablé con el abogado de la empresa y nos presentamos los dos juntos el día y la hora señalados. En el típico despacho policial, cutre y rancio, un agente comenzó a hacerme preguntas mientras su compañero escribía a máquina las respuestas. Iba rápido, muy rápido, entre otras cosas porque yo no decía nada que no fuera que símplemente me negaba a contestar.

Asuntos internos

Al parecer, eran agentes de asuntos internos y pretendían que yo les desvelara cómo me había enterado de la existencia del virus intestinal equino. No parecían interesados en sus caballos, sino en pillar a mi confidente.

Los aplicados funcionarios parecían ignorar que estábamos en 1991, que la Constitución garantiza la libertad de prensa, que los periodistas no solemos cantar... Imagino que lo intentaron por si picaba y, asustado, les contaba todo lo que ningún informador osaría contar.

Aunque no me las quiero dar de chulo, no me sentí intimidado, ni cohibido. Aunque no negaré que me tranquilizaba sobremanera acudir acompañado de mi abogado. Y es que en una depedencia policial sabes cómo y cuándo entras, pero a veces no puedes calcular cuándo vas a salir.

04 mayo 2007

LA CUCARACHA QUE NO PODÍA CAMINAR


Sé que hay muchísimas personas que no soportan las cucarachas. Por eso he tomado hoy dos precauciones. Escoger una ilustración que no les provoquen náuseas (lo que me ha costado muchísimo) y avisarles de que este ‘post’ tiene que ver con ese insecto revulsivo y la comida.

Me ofrecieron hacer un reportaje para Informe Semanal sobre un joven que hace más de 20 años mató y descuartizó a su vecina en Cambrils (Tarragona). TVE envió un equipo de reporteros, a los que me tenía que unir.

Cuando nos dirigíamos hacia Girona para grabar imágenes de una prisión y hablar con gente que había compartido celda con el homicida nos pilló la hora de la comida. Como que yo era el anfitrión catalán, aconsejé al equipo que paráramos a comer en un restaurante de montaña en el macizo del Montseny. Pero era lunes y estaba cerrado.

Postre recomendado

Entramos en otro restaurante próximo, que sí estaba abierto. Primer error. Yo aconsejé a mis compañeros que pidieran platos catalanes: pan con tomate, butifarra con judías, etc. Y de postre, crema catalana o, mejor aún, mel i mató (miel con requesón).

Cuando degustábamos los postres (es un decir), vi cómo el cámara tapaba su vasito de barro con la servilleta. “¿Ocurre algo? ¿No te gusta?”, le pregunté. “No, nada, tranquilo”, me dijo. Como que yo insistía, quitó la servilleta de encima del recipiente y me lo pasó: “¡Mira!”.

Y lo que yo vi que yacía en el fondo, ligeramente cubierto de requesón, era una cucaracha tan grande que no cabía echada en la base de la tarrina y había tenido que apoyar sus patas superiores en las paredes de barro.

Indignado, llamé a la dueña, quien sin darle la menor importancia y, con un rostro emorme e impasible, se limitó a decir: “Ahora les traigo otra”. “De eso nada -repliqué yo-. Lo que nos va a traer es la hoja de reclamaciones”.

Encerrona con garrote

Al cabo del rato, la mujer volvió y me pidió que subiera al piso de arriba donde, en una especie de salón (el restaurante parecía ser también una vivienda) me esperaba el dueño del restaurante armado con un palo. “¿Con que me queréis arruinar el negocio metiendo una cucaracha en el mel i mató?”, me gritó. Menos mal que mis compañeros oyeron las voces y subieron a rescatarme.

Tuvimos tiempo y paciencia para rellenar la hoja de reclamaciones después de pagar la factura, que incluía por supuesto el postre con sorpresa. Después, me arrepentí de no haber gritado en medio del comedor: “¡Hay una cucaracha en mi postre!”. Pero es que entonces yo estaba más preocupado por el periodista que había descubierto el aporte proteínico extra en la cuajada que por provocar la evacuación en desbandada del local.

Curtido por experiencias anteriores

El afectado por el descubrimiento intentó tranquilizarme contándome que había comido insectos en otros países de África, Asia y América y que no le había impresionado nada el original hallazgo en el postre catalán. Y su sonrisa parecía sincera.

Al cabo de unas semanas, recibí una carta de la Conselleria de Comerç. Tras una inspección, habían obligado al dueño del restaurante a reformar las cocinas por su pésimo estado. También le cayó una multa.
Aunque yo todavía me pregunto cómo vertieron la cuajada en el vaso de barro sin ver que bañaban y ahogaban a aquella gigantesca cucaracha.

01 mayo 2007

“MANÁ MANÁ…”



¡Qué tiempos aquellos! Descubrimos el mundo, el lenguaje, los números, las letras y el sentido del humor a través de los peluches de los Teleñecos, Barrio Sésamo y compañía. Y es que entre tanta noticia dramática que pasa por mis dedos esta madrugada en la redacción del diario, me apetecía sonreír y recordar.

Y de aquel “maná maná”, os propongo acercaros a otro Maná bien distinto, acompañado esta vez de mi idolatrado Juan Luis Guerra, que arrasa ahora en EEUU y el mes que viene vuelve a España. Para soñar...