A LA CAZA DE CLINTON EN BCN
Al director adjunto del diario le habían dado un soplo: el expresidente de EEUU Bill Clinton iba a cenar en un restaurante de la Barceloneta. Y además, el periódico de la competencia tenía una entrevista exclusiva con él (de pago, claro). "Hay que reventarles el tema", pidió el jefe de turno. Y nos pusimos en marcha.
Dos fotógrafos y yo nos colocamos en las inmediaciones del restaurante, en el paseo de Joan de Borbó. Eran las ocho de la tarde. Los tres periodistas nos separamos. Si los agentes del Servicio Secreto nos veían juntos, podrían intentar evitar que nos abalanzáramos sobre Clinton. Era una cena privada y no necesitaban testigos. Vimos a esos agentes en todas partes: dos negros super cachas con ropa de marca que corrían juntos por el paseo, un hombre de más edad leyendo un periódico en un banco frente al restaurante, una joven que hablaba por teléfono sin cesar en la única cabina a la vista... de tanto en tanto, los fotógrafos me iban llamando y yo a ellos.
Debíamos seguir al acecho hasta que llegara el objetivo. Pasó una hora y allí no aparecía nadie. El restaurante seguía casi vacío. Ni limusina, ni despliegue policial, ni nada. Y los supuestos agentes del servicio secreto o se habían esfumado o habían cambiado de disfraz. Y nosotros seguíamos ahí, ahora muertos de hambre. Por suerte, había un restaurante chino un poco cutre que lindaba con el del expresidente. Decidimos repartirnos. Mientras dos cenábamos , el tercero estaba de guardia, vigilando. En cuanto nos avisara el vigía, dejaríamos la mesa e iríamos a interceptar al 'One'. Tuvimos que pagar la cena en cuanto nos la sirvieron para que, si nos íbamos corriendo, nadie saliera corriendo detrás nuestro. Al que estaba de guardia incluso le pasamos la cerveza a través de la jardinera que nos protegía del paseo para pasmo de la camarera asiática, que no dejaba de sonreír como si no fuéramos los únicos alienígenas que aterrizaban en la terraza de su local.
La llamada providencial
Se hicieron las 10 y todo seguía igual. Evidentemente, Clinton no iba a cenar ahí. Un poco contrariados, llamamos a la redacción y les dijimos que volvíamos. Antes, sin embargo, patrullamos con el coche por algunos de los restaurantes más conocidos en busca de la comitiva presidencial estacionada en el exterior con el mismo pésimo resultado.
Ya en la redacción, casi las 11 de la noche, sonó el teléfono de la sección. "¿Está Sandoval?", dijo una voz. "No, no trabaja aquí", le contesté. "Mire es que le llamo del Botafumeiro", añadió. Y estallaron chispas. "Oiga no me dirá Vd. que Clinton está cenando ahí?". "Sí por eso llamo". "No se preocupe por Sandoval (que trabaja el el diario de la competencia) que nosotros ya vamos para allí", le solté.
Cuando llegué al Botafumeiro, un flamante todo terreno blanco con cristales tintados brillaba en la puerta, entre varios coches oficiales. Junto a la fachada, varios agentes con pinganillo orejil incluido, miraban de un lado a otro de la calle. "Primer filtro", me dije mientras caminaba hacia ellos. Me miraron, solté un 'Bona nit' y entré. Me senté en la barra y pregunté por Clinton. El y sus amigos, catalanes y americanos, estaban en el piso superior.
En chancletas
Llamé al diario y pedí que me enviaran a un fotógrafo lo antes posible. Hasta que caí en que, si venía mi amigo Álvaro, el mismo que había estado conmigo tras las plantas del chino, podríamos tener problemas. Y no porque dudara de su profesionalidad, que supera la excelencia, sino porque yo mismo cuestionaba que sus chancletas de goma, de esas que dejan ver los dedos al desnudo, fueran una buena tarjeta de presentación para entrar allí sin llamar la atención del ejército de escoltas de los distintos perímetros de seguridad.
Mientras me preguntaba cómo entraría Álvaro, oí un "hola" en mi espalda. Y allí estaba él, sin afeitar, con tejanos y con sus inseparables chancletas de goma de los deditos a la vista. "¿Cómo has conseguido pasar?", le dije. "Muy fácil. Les he saludado y ya está", me dijo refiriéndose a los agentes del Servicio Secreto. Pese a que me quedé unos instantes en estado de shock, nos pusimos a diseñar la estrategia de cómo asaltaríamos a Clinton.
La última pregunta
El camarero al que había pedido información me avisó. Y al cabo de unos instantes unos gigantescos policías comenzaron a abrir camino al ex presidente y su séquito. Al pasar a nuestro lado le solté un "Mr. Clinton, please!". El se giró, sonriendo, me miró y mientras Álvaro disparaba su cámara, yo aproveché para formularle varias preguntas que abrí con un "Do you like BCN?" para romper el hielo.
Todo fue muy bien hasta que toqué un tema tabú, el despliegue de tropas de EEUU en Irak. Y entonces, sólo entonces, Clinton dejo de sonreír y una mano enorme empujó mi pecho, me levantó por los aires (creí que levitaba) y apenas pude ver como el expresidente, cada vez más pequeño, se alejaba de mí a la misma rapidez con la que yo lo hacía involuntariamente de él. Entrevista concluida y exclusiva lograda. Dos páginas de vuelta a la redacción. Y de aquel momento glorioso quedó la foto que encabeza este 'post'. Ah, y el diario de la competencia nunca publicó la entrevista y creo que fue porque yo respondí la llamada equivocada.
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