DOS DORMITORIOS PARA UNA MISMA PAREJA
Acabo de leer un reportaje en el que aseguran que la mitad de los berlineses viven solos, es decir, sin pareja. Hogares únicos. Y que la tendencia va en aumento. Por eso, aseguran, las webs de contactos (para conocer pareja, que no exclusivamente sexuales) están en auge.
Una compañera de trabajo me acaba de comentar que ella no lo entienden. "¿Cómo es posible que tanta gente viva sola?", se pregunta. A mí también me cuesta comprender que haya personas dispuestas a vivir sin más compañía que sus paredes, sus pertenencias y, en el mejor de los casos, algún perro, gato, pez o hámster.
A por el piso
Me acuerdo de una amiga que estaba preparando su boda. Tras llevar un montón de años de soltera, por fin se decidió a compartir su vida con alguien. Y ahí empezó uno de sus problemas. Me contó las dificultades que tenía para encontrar un piso de cuatro dormitorios en el que meterse con su flamante novio.
"¿Cuatro dormitorios?", le pregunté. "Pero ¿cuántos niños pensáis tener?".
"No sé. Uno o dos", me contestó.
En mis pupilas se formaron dos gigantescos interrogantes por lo que, antes de que me atreviera a abrir boca, ella me aclaró:
"Dos de los dormitorios son para mí y mi pareja. Uno, para utilizarlo aquellas veces en las que apetece dormir juntos y hacer cosas. Pero también hay noches en las que yo prefiero dormir sola. Para eso quiero el segundo dormitorio".
Y me lo dijo, con una sonrisa, absolutamente convencida. ¿Secuelas de una soltería prolongada? ¿Miedo a una inmersión total con su pareja? ¿Demasiado egoísmo? ¿Un exceso de sentido práctico?
Víctima desconocida
No pude evitar imaginarme a su entonces novio, a quien también conozco, mirando desde el comedor las puertas de dos de los cuatro dormitorios, intentado descubrir cuál le tocaría esa noche y si, por fin, iba a tener derecho a roce.
Por suerte, nunca se llegó a casar con él. Aunque sí con otro novio posterior al que afortunadamente nunca conocí. Aunque tal vez le distinguiría en una rueda de reconocimiento por su semblante triste y resignado.
Una compañera de trabajo me acaba de comentar que ella no lo entienden. "¿Cómo es posible que tanta gente viva sola?", se pregunta. A mí también me cuesta comprender que haya personas dispuestas a vivir sin más compañía que sus paredes, sus pertenencias y, en el mejor de los casos, algún perro, gato, pez o hámster.
A por el piso
Me acuerdo de una amiga que estaba preparando su boda. Tras llevar un montón de años de soltera, por fin se decidió a compartir su vida con alguien. Y ahí empezó uno de sus problemas. Me contó las dificultades que tenía para encontrar un piso de cuatro dormitorios en el que meterse con su flamante novio.
"¿Cuatro dormitorios?", le pregunté. "Pero ¿cuántos niños pensáis tener?".
"No sé. Uno o dos", me contestó.
En mis pupilas se formaron dos gigantescos interrogantes por lo que, antes de que me atreviera a abrir boca, ella me aclaró:
"Dos de los dormitorios son para mí y mi pareja. Uno, para utilizarlo aquellas veces en las que apetece dormir juntos y hacer cosas. Pero también hay noches en las que yo prefiero dormir sola. Para eso quiero el segundo dormitorio".
Y me lo dijo, con una sonrisa, absolutamente convencida. ¿Secuelas de una soltería prolongada? ¿Miedo a una inmersión total con su pareja? ¿Demasiado egoísmo? ¿Un exceso de sentido práctico?
Víctima desconocida
No pude evitar imaginarme a su entonces novio, a quien también conozco, mirando desde el comedor las puertas de dos de los cuatro dormitorios, intentado descubrir cuál le tocaría esa noche y si, por fin, iba a tener derecho a roce.
Por suerte, nunca se llegó a casar con él. Aunque sí con otro novio posterior al que afortunadamente nunca conocí. Aunque tal vez le distinguiría en una rueda de reconocimiento por su semblante triste y resignado.
3 comentarios:
¿rutinas compartidas a diario o noches esporádicas plenas? quizá tu amiga llevara razón
No lo dudo. Igual la cosa tiene su gracia, Sinclair, aunque también el juego de los dormitorioers, hoy si hoy no, también puede acabar convirtiéndoose en rutina.
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