23 mayo 2007

AL ACECHO DE UNA PRESA NOCTURNA


Mi padre nunca se cansó de repetirme aquello de que "de noche todos los gatos son pardos". Y creo que tiene razón. No es la primera vez que cuando salgo de trabajar, a las tres de la madrugada, me topo de narices con el suceso más inesperado, como el de la ciclista ensangrentada. A veces me pregunto si soy yo el que los atrae o si es la noche la que los multiplica.

Aquella madrugada, cuando me detuve en el semáforo de la calle Marina con Aragó (en el centro del gráfico), en Barcelona, me inquietó aquella imagen disonante. Una chica esperaba para cruzar (tenía el semáforo verde), pero no lo hacía. Parecía nerviosa. Miraba a uno y otro lado.

A tan sólo cinco metros, en el mismo paso de peatones, dos jóvenes no dejaban de mirarla y de cuchichear entre ellos. Pero ella, que no, que no cruzaba. Y yo, enseguida, temí lo peor.

Delante mío

Instintivamente, llamé a la policía y les pedí que vinieran. "No estoy seguro, pero me parece que van a atacar a una chica en el cruce de Marina con Aragó", les dije. Mientras hablaba con el operador del 091, la chica comenzó a cruzar a paso rápido. Pasó por delante de mi capó. Y los dos jóvenes, detrás.

Ella se dirigía ligera hacia la plaza de Pablo Neruda, un pequeño y oscuro parque urbano. Iba directa a la boca de lobo, pensé. Y ellos detrás, un poco más rápido. De repente, ella dio un giro rápido y cruzó la calle de Aragó, una avenida grande de seis carriles, y ellos emprendieron la carrera tras ella.

"!Que vengan ya, que están a punto de tirarse encima!", grité al policía que intentaba confirmar si mis sospechas estaban fundadas.

Rodar por el suelo

En un segundo vi a la chica rodar por el suelo en medio de la calle, aferrada a su bolso, liándose a patadas con los dos ladrones. Bajé del coche y les grité: "¡Dejadla en paz!". Ellos me miraron y salieron corriendo.

Cuando me acerqué a levantar a la chica, se alejó de mí, asustada. Se pensaba que yo también iba a atacarla. Un frenazo en seco retomó la situación. "Alto, policía", gritaron dos tipos desde un Clio de cuatro puertas. Era un coche camuflado de la policía.

Los dos explicamos lo ocurrido. Los agentes recogieron a la joven y se la llevaron en su coche para tratar de localizar a los tironeros antes de que se toparan con otra víctima.

Yo volvía a mi coche, aún con las puertas abiertas. Pensé, sin ánimo de parecer un héroe, que si todos tuviéramos una actitud más vigilante y solidaria, ellos, los que están al otro lado, lo tendrían un poco más difícil.

4 comentarios:

Ana dijo...

Me han llamado la atención dos cosas: una tu sentido de que algo iba a pasar y que avisaras a la policía, la otra que llegaran tan rápido.
Joer con los mossos!

Luciérnago dijo...

La verdad es que de madrugada la policía puede tardar menos de cinco muntos en llegar. Creo que el telefonista dio el aviso mientras hablaba conmigo y el coche camuflado debía estar cerca. En un caso de estos, lo pasan por radio y acude el coche que está más próximo. Además, no eran mossos. Todavía no se habían desplegado en Barcelona. Era la Policía Nacional.

Anónimo dijo...

Sí,a veces con un par de detalles,en sólo unos segundos puedes tener la seguridad que pasará algo...los sensores de tu ser,cual alarmas,se encienden y te avisan "peligro".
Claro,si atendieramos a estas señales de aviso interior y fueramos solidarios,la historia sería distinta.

Muchos saludos

Luciérnago dijo...

Exactamente, Mariela. Aunque bastaría ocn que todos fuéramos un poquito más a la defensiva y fuéramos un poco más observadores. El problema es que muchas veces cuando pasa algo negatico en nuestro entorno la tendencia es mirar hacia otro lado y no implicarnos. A veces, por miedo. Otras, por insolidaridad. Sin embargo, yo siempre valoro el riesgo. No soy un 'kamikaze'. Por ejemplo, primero llamé a la policía, antes de bajarme del coche. Así podían salvarnos (a la mujer y a mí) si la cosa se complicaba.