10 julio 2007

YA TENEMOS LOS PASAPORTES



Lo conseguí. Mis hijos ya tienen pasaporte y DNI (bueno, el DNI aún tardará cinco semanas). La verdad es que no me lo puedo creer. Cuando me enteré que este mes de julio todas las comisarías están desbordadas con los pasaportes recurrí a mis contactos para ver si me colaban de alguna forma.

Sabía que había una comisaría en Barcelona donde a los periodistas nos podían hacer el pasaporte en un plisplás. La idea es buena. Si surge un conflicto, digamos, en Yemen, y hay que salir pitando, la policía nos hace el pasaporte en apenas unas horas y sin colas. De ahí, a presentarse con la familia entera a hacerse los pasaportes sólo va un mini paso.

Pero aunque intenté usar mi privilegio, me lo denegaron :-(

Sin enchufe

Ya sé que algunos pensaréis que me está bien, que por qué los periodistas deben tener ventajas, etc. Pero si vosotros estuvierais en mi lugar seguro que habríais intentado lo mismo.

Pero el intento de colarme me salió rana primero porque ahora las comisarías catalanas son de Mossos d'Esquadra y estos, además de no casarse con nadie, encima no hacen documentos nacionales de identidad. Y son las comisarías de la casi extinta Policía Nacional las que prácticamente se limitan ahora a hacer carnets y pasaportes.

Horario de verano

Además, los nacionales, los muy astutos, en julio hacen horario de verano. Las dos comisarías que el resto del año permiten en Barcelona hacer el pasaporte por la tarde, en verano no lo hacen. Y eso que julio es el mes en que más pasaportes se expiden, entre otras cosas porque es cuando más gente viaja. Pero parece que les da igual.

A lo mejor es que añoran aquello de volver a tener las comisarías repletas de gente, aunque no sea de delincuentes. O quizás es que quieren provocar, porque en Catalunya están perdiendo competencias y poder...

El caso es que tienes que presentarte a las 8 de la mañana en la comisaría, hacer cola en plena calle durante una hora y a las nueve en punto sale un agente que reparte números de tanda, como en el súper. Eso sí, no puedes doblar el cartoncito que te entregan (así les cunden más).

Comienza la cuenta atrás

El policía que me entregó los números (66, 67, 68 y 69 ¡vaya!) me dijo que podía volver a las 10.15, pero si perdía la tanda, debería volver a coger números otro día. Total que me fui corriendo a casa, saqué a mis hijos de la cama y literalmente los arrastré hasta la extinta inspección de guardia para hacernos con el deseado documento.

Una vez en el vestíbulo de la comisaría, decorado al rancio estilo de Cuéntame, el goteo de carnets y pasaportes era suave pero constante, hasta que dieron las 11 de la mañana. A partir de ese instante el tiempo se detuvo. Entramos en lo podría llamarse la dimensión desconocida.

A mí ya me pareció sospechoso que durante una hora no nos llamaran a nadie. Todo se atascó en el 48. Ya podría haber sido en el 69 (porque era mi número, malpensados)... Pero al cabo de ese larga hora de quietud vi como por la puerta de atrás iban regresando las funcionarias bolso en ristre. No venían del lavabo, todas juntas, no. ¡Habían ido a desayunar! Faltaría más.

En el ansiado mostrador

Fue a las 13.20 horas cuando gritaron (es un decir) nuestros números. Ya en le mostrador, cuando la satisfacción del objetivo logrado rezumaba por todos los costados, comienza el cuestionario. Me piden certificado de empadronamiento, DNI, libro de familia, fotos, copia literal del Registro... ¡Lo llevaba todo!. La funcionaria pareció contrariada por mi eficacia, pero yo me las sé todas.

Entre otros trámites me hicieron firmar una autorización para que mis hijos tuvieran pasaporte en la que me preguntaban mi profesión y el estado civil (creía que estaba prohibido pedir esos datos). Luego comprobé, al poner la fecha, que el documento era de 199_. Y lo entendí todo. No modernizan ni los impresos.

El documentado precoz

Luego metieron las fotos y los papeles en una máquina, comprobaron absolutamente todo, me advirtieron de que si había algún error y no lo veía en ese momento, la responsabilidad sería mía ¡encima! hasta que, a las 14.15 horas (seis horas después de mi llegada), mis hijos y yo salimos sonrientes (es otro decir) de la comisaría con los pasaportes en el bolsillo.

En el mostrador vimos a un matrimonio jovencísimo que quería hacer el carnet a su niña ¡¡de un mes !!. Casi la ponen perdida al untar el mini dedo en tinta. Yo creo que los padres pretendían ahorrar a la pequeña el trámite de hacerse el documento de mayor.

Vamos, como cuando a las niñas les hacen el agujerito en las orejas nada más nacer. "¡Así de mayor no le dolerá!". Y la recién nacida, como no puede hablar, se limita a llorar y a intentar olvidar.

03 julio 2007

VUELVA USTED DENTRO DE CUATRO DÍAS



Hay cosas que nunca cambian, sobre todo en lo que respecta a la Administración. La semana pasada quise tramitar el carnet de identidad para mis hijos y comprobé que eso de la ventanilla única y el acceso online al todo poderoso Estado es una utopía.

En la comisaría de policía me dicen que para tramitar el DNI debo volver a las ocho de la mañana y coger número para ese mismo día. Imposible hacerlo de otro modo. Pruebo de cambiar de comisaría, pero en todas pasa lo mismo: están saturadas en verano.

Me explican que debo llevar dos fotos, un certificado municipal de empadronamiento y, ahora viene lo bueno, una "certificación literal de nacimiento" que tengo que recoger en el Registro Civil de la ciudad donde nacieron mis hijos.

80 personas delante

Al día siguiente, llego al Registro Civil dispuesto a despacharme el trámite en 10 minutitos de nada, pero descubro horrorizado dos cosas: que delante mío hay 80 personas esperando y que hay que presentar el Libro de Familia si se quiere pedir la partida de nacimiento.

"¿Libro de familia? Pero a mí nadie me ha dicho nada", le digo a la mujer que va delante y me muestra su libro azul toda orgullosa. "Pues lo tiene mal", me dice la señora mientras me señala uno de los múltiples carteles que empapelan la sala (uno de los cuales aparece en la foto superior).

Me resisto a marcharme y volver mañana, como Lara, y espero mi turno. Cuando llega, me abalanzo sobre la funcionaria, después de que ella y sus compañeras hagan un receso para firmar la tarjeta de felicitación para un compañero. Le suplico que me admita la solicitud, que no puedo volver otro día, y descubro entonces que el Libro de Familia no es obligatorio, aunque facilita las cosas. A ellos, claro.

Pido el certificado, pero la funcionaria me indica, con cara de tedio, que para recogerlo debo volver dentro de ¡¡¡ cuatro días !!!. En otro mostrador, claro.

Fotocopia con tampón

Me voy al pueblo y me resigno a regresar dentro de esos cuatro días. Cuando lo hago, me pongo en una cola distinta, la de recogida de partidas de nacimiento. Allí me entregan las dos fotocopias, pero justo después de que una mujer suplique que la deje colar. Explica a la única funcionaria, y a todos los que esperamos, que ha ido a la comisaria y le han dicho que su certificado-fotocopia no sirve, porque le falta el sello que indica que esa copia sólo puede ser utilizada para hacerse el DNI. No vaya a ser que a alguien le de por empapelarse la habitación...

Yo, asustado, escruto mis dos certificados y compruebo aliviado cómo los dos papeles llevan el minúsculo sello en tinta azul.

Ahora sólo espero no tener más problemas cuando los presente en la comisaría. Aunque no sé cuando será. Trabajo de noche, por eso soy Luciérnago, y dudo que pueda estar a las ocho de la mañana en la policía para coger número. Igual un día al salir del periódico. Hasta me podría llevar un saco de dormir y un termo con café...

20 junio 2007

ME EXPULSARON DE UN TAXI


Casi todo el mundo ha tenido alguna experiencia vital interesante con un taxista. Los hay que ejercen de psicólogos, de asesores financieros, de confidentes, de detectives, de kamikaces, de comadronas y hasta de policías. Seguro que habría muchísimas historias apasionantes que escribir sobre este colectivo. Pero también las hay cafres, como ésta.

Caía una tromba sobre Barcelona. El agua resonaba en el tejado de la redacción y el subdirector de información se puso nervioso. Como en otras ocasiones a mí me tocó salir a la calle y hacer un reportaje. Pretendía que recorriera toda Barcelona en pleno aguacero para explicar cómo sobrevivía la ciudad a semejante inundación.

Y es que una cosa es lo que se piensa dentro de la redacción sobre lo que sucede ahí fuera y otra muy distinta lo que uno se encuentra. Vamos, que llovía, pero tampoco era para coger una zódiac.

A por los peores atascos

Paré un taxi en la anchísima calle de Aragó, que estaba casi colapsada de vehículos a causa de la tormenta y del apagón inevitable de semáforos. Cuando me senté en el asiento trasero le solté al conductor mi increíble petición: "Hola. Lléveme por favor a los sitios donde haya más problemas de tráfico y de lluvia".

Yo creo que el taxista debió de pensar que yo estaba loco o que me había tocado el Euromillones y quería fundirme el premio en una interminable carrera de taxi.

Y justo antes de que enfilara hacia el instituto psiquiátrico hice algo que casi nunca hago por si las moscas y que es revelarle mi condición de periodista. "Verá -le dije- es que me han encargado un reportaje y por eso tengo que ir a los sitios donde haya más problemas con el agua. Pero no se preocupe por la carrera que se la pago igual".

La pregunta clave

"¿Y dónde me ha dicho que trabaja?", me preguntó el muy chafardero, con cierta malicia porque yo no se lo había mencionado ni pensaba decírselo. Pero acorralado por la pregunta le contesté el nombre de mi periódico.

¡Dios mío! Menudo frenazo. El vándalo frenó de repente en medio de la calle y me gritó: "Bájese ahora mismo de mi coche. Yo no llevo a nadie de su periódico".

"Pero, oiga, si está diluviando", le contesté justo antes de preguntarle por el motivo.

"¡Que te bajes!", me soltó.

"Pues tendré que apuntar la matrícula y denunciarle", le solté, pero él ni se inmutó.

Yo me quedé en medio de la calle, notando como el agua comenzaba a anegar mis tobillos y con la boca abierta por el alucine de un reservado el derecho de admisión en vehículos que desconocía. Hasta me miré los calcetines, por si los llevaba blancos, como en las discotecas.

60 euros de nada

Como soy un hombre de palabra, denuncié al taxista. Y al cabo de un tiempo recibí una carta en la que me informaban que le habían abierto un expediente. El tipo ni siquiera presentó alegaciones y tuvo que pagar una sanción de 60 euros.

Sobre las causas de aquel suceso, sólo he podido imaginarlas. Nuestro diario ha denunciado manipulaciones de taxímetros, abusos a turistas, cobros de comisiones en restaurantes y hoteles, mafias en el párking del aeropuerto... Y claro eso no le ha gustado a algunos.

"Pues menos mal que no te partió la cara", me dijo un compañero, ya en la redacción. Pues eso, menos mal.

16 junio 2007

¿QUÉ PASA CON LOS CUARENTONES?



Indignado. Perplejo. Conmocionado. Irritado. Enojado. Cualquiera de estos calificativos sirve para mostrar mi estado de ánimo después de que el otro día quisiera darme de alta en la web PubliTV, que ofrece la posibilidad de bajarte buenos vídeos de anuncios televisivos.

Hasta aquí todo bien. El siguiente paso, y ahí vino el problema, es el de registrarte. No es que pidan más datos de la cuenta (país, código postal, sexo, email, ocupación, sector (de la ocupación) y, tachán tachán, EDAD). pero es en ese último ítem donde comienzan los problemas.

Activas la pestañita y aparece un scroll con todas las edades ordenadas de menor a mayor y en fila. La primera opción es -17 (o sea, menor de esa edad). Después con el marcador azul y dirigido por la flechita del ratón vas bajando: 18, 19, 20, 21, 22 ... 32, 33, 34 ... y, de repente, llegas a 41 y después, requete tachán, +41.

Y es que no hay más. Los mayores de 41 años van a parar a la misma estadística. En PubliTV da lo mismo que tengas 42, que 64, que 78, que 86.

Algunos tienen ventajas

Es como aquello de los mayores de 65, quienes al menos por entrar en ese grupo tienen algunas ventajas por ser jubilados: no pagan medicinas, gozan de descuentos en museos y hasta tienen prioridad para sentarse en algunos sitios.

Yo, como ya habréis intuido, soy 41+. Y por poco ¿eh?. Nací en 1962. Por eso me parece totalmente injusto que arrinconen a los cuarentones al final de la estadística.

A lo mejor el administrador de PubliTV piensa que los mayores de 41 no accedemos a internet, o no somos representativos, o no contamos nada. Salvo años, aunque al parecer ya ni eso.

Al menos, dicho queda.

12 junio 2007

FUEGO EN EL CRUCE


Iba a clases de narración oral, o de contar cuentos, o de hablar en público, o de seducir con la palabra, o de atrapar con el verbo... Y la profesora, la experta narradora chilena afincada en Barcelona Numancia Rojas, nos propuso un ejercicio de observación humana.

Debíamos fijarnos en alguna de las personas con las que nos cruzáramos en la calle y mirar detenidamente sus gestos, sus rostros, sus movimientos para deducir quiénes eran y adónde iban, algo de lo que muchos a veces ni intuimos sobre nosotros mismos.

Estaba en la esquina de las calles Nàpols y Consell de Cent, en Barcelona. Eran las 8.45. Quedaban 15 minutos para subir al taller de narración oral y yo tomaba un café en la granja que hay en el cruce. Y entonces le vi.

Alto, fuerte, pelo largo, negro y algo rizado. Lo descubrió al quitarse el caso integral de su moto de gran cilindrada, que dejó sobre el asiento. Se sacudió la melena con la mano. Y miró el reloj mientras oteaba hacia un lado de la calle. Ese detalle me activó las alertas.

Esbelta, elegante, rubia

Pagué mi café y salí a la calle. El seguía allí, esperando. De repente, hizo un ademán un poco más brusco de lo que se podría considerar normal a esas horas de la mañana. Miré yo en la misma dirección que él y la vi.

Unos 40 años, esbelta, elegante, rubia. Caminaba como quien avanza esperando estrellarse con algo o alguien. El deseo emanaba de sus apresurados pasos, que a su vez trataba de contener con el cimbreado distinguido de su figura armónica. Pero las gafas de sol y la sonrisa comenzaban a delatar su pecado.

Ella se paró a apenas medio metro de él. No se besaron. Se sonrieron, eso sí. Sonrisa chivata de tanta pasión oculta. Se les notaba también en los ojos. Eran dos cuerpos ansiando fundirse el uno con el otro. La calle entera se paralizó. Como si el japonés de Héroes hubiera hecho de las suyas.

Ya tenía claro que eran amantes. Qué el iba de camino a su trabajo con la moto. Que ella acababa de dejar a los niños en el colegio. Que los dos iban directos a una cita clandestina.

El mueblé del barrio

Sólo tuve que seguirles. Yo conocía el mueblé del barrio, un hotel para parejas con habitaciones decoradas de los estilos más exóticos: África, Roma, Francia... La puerta del edificio es muy discreta (foto superior), pero todo el barrio conoce y envidia lo que pasa allí dentro.

Ellos caminaron hacia esa puerta blanca de cristal traslúcido. Al llegar, se detuvieron en seco. Seguían sin tocarse, aunque se lamían con los ojos y el pensamiento. Miraron a uno y a otro lado, para comprobar que nadie les seguía. Tan rápida y nerviosamente que no repararon en mí. Y enseguida cruzaron el portal.

Yo sonreí. Por ellos, porque iban a sumergirse por fin el uno en el otro. Por mí, porque mi primera práctica de observación humana había sido un éxito, aunque los objetos a analizar habían intentado infructuosamente que nadie descubriera su infidelidad.

30 mayo 2007

UN LADRÓN EN LA REDACCIÓN

Creo que nunca he estado tan cerca de un ladrón como cuando hace muchos años trabajé en un pequeño diario de provincias. Y no es que el propietario o el director lo fueran. Ni mucho menos. Sino que tanto yo como mis compañeros periodistas y fotógrafos comprobábamos, con una frecuencia mensual, que nos desaparecía el dinero de algunas de nuestras carteras. Curiosamente el robo coincidía con el día de cobro (nos pagaban en efectivo).

Como no había forma de pillar al ladrón, se me ocurrió recurrir a mis contactos en la policía. De algo me tenía que servir acudir a diario a la comisaría. Me sinceré con los inspectores y enseguida me propusieron cómo capturar al ladrón.

Preparar la trampa

Tenía que conseguir un bolso y un monedero que actuarían como cebos. Para ello me fue de gran utilidad mi vecina jienense, que aprovechó para deshacerse de uno de sus bolsos más anticuados. El monedero fue más fácil de conseguir.

Y el dinero que había que poner en su interior... Bueno, ahí sí que arriesgué mis propios billetes, pero el objetivo final era loable y compensaba.

Rojo delator

Con toda la trampa preparada, volví la comisaría. Los agentes de Policía Científica (ahora conocidos como los CSI) cubrieron los billetes y los recovecos del monedero de un polvillo oscuro. Uno de ellos puso después sus dedos tiznados bajo el grifo y su mano se tiñó de un rojo sanguíneo, perpetuo, imborrable.

"Ahora pones el bolso donde el ladrón pueda cogerlo. En cuanto detectes que han robado, nos avisas y nosotros nos encargaremos de mojar las manos de todos los empleados. El que las tenga rojas es el ladrón", me explicó uno de los agentes.

Sólo cuatro personas

Pusimos la trampa en una percha de la redacción. Y a esperar. Sólo cuatro personas sabíamos de su existencia. Cada día, una guapa fotógrafa (que ya había sido víctima) ponía y quitaba el bolso en un perchero de la redacción.

Llegó el día de cobro y repetimos el ritual. Pero el bolso siguió intacto. Nadie abrió el monedero que había en su interior ni cogió los billetes chivatos.

De los cuatro que conocíamos el secreto, uno era la joven que se prestó a llevarlo consigo. Los otros dos eran el director y el subdirector. Y el cuarto era yo. Nunca aclaramos aquellos robos, que cesaron desde que pusimos el señuelo. El ladrón se esfumó tan rápido como la posibilidad de atraparlo.

Y si alguno de los 20 que trabajábamos en el periódico se lavó la manos y se asustó al ver cómo se teñían de rojo, nunca nos lo dijo.

26 mayo 2007

UN MUERTO EN LA AMBULANCIA



Sólo una vez le he visto la cara a la muerte. Y no me gustó. Me pareció triste. Hace 25 años y no lo he olvidado.

Era voluntario de Cruz Roja y estaba destinado en un pequeño puesto de socorro de carretera cerca de Barcelona. Un día gris y aburrido. No es que deseáramos que se produjeran accidentes de tráfico, pero un poco de acción servía para dar sentido nuestra tarea y acelerar un poco el reloj.

En Intensivos

Una llamada nos pidió que nos desplazáramos al Hospital Comarcal con nuestra ambulancia para hacer un traslado. Me pareció curioso que en lugar de llevar a un paciente o a un herido hasta el hospital, tuviéramos que hacerlo al revés. Y más me sorprendió cuando al llegar a Urgencias nos dijeron que teníamos que esperar un poco porque el enfermos estaba en la UCI.

"¿Por qué lo tenemos que llevar a su casa si está en Intensivos?", le pregunté a mi compañero, conductor y más veterano que yo. "Es que se está muriendo y la familia quiere que lo haga en su casa", me soltó sin darle importancia.

Era un anciano. Tenía la piel muy amarilla y la mirada perdida. Llevaba una mascarilla de oxígeno que conectamos a la bombona de la ambulancia. No decía nada. Yo creo que ni nos miraba. Le hablé, pero no parecía que oyera.

Adiós en silencio

A mí me tocó sentarme detrás, a su lado. Cuando iniciamos la marcha hacia un pueblo próximo, sin luces ni sirenas, él cerró los ojos. Oía el rumor del oxígeno, pero no así su respiración. No se movía. Al poco rato noté un olor desagradable. Se lo había hecho encima. Se lo dije a mi compañero, que me contestó: "Eso es porque ya se ha muerto". Dilatación de esfínteres, dicen los entendidos.

Se fue sin que nos enteráramos, como un suplo imperceptible. Cuando llegamos a la casa, su familia nos esperaba ya en la calle. El médico del pueblo también. Comprobó que había fallecido. La familia había preparado su dormitorio. Y lo llevamos hasta allí. Lo dejamos en la cama. Parecía dormido.

Nos fuimos de nuevo al puesto de socorro y el conductor retiró las sábanas y las puso a lavar. Yo preparé la camilla para el próximo servicio. Me sentía raro.

Tema de portada

A los pocos años, aquella experiencia fue el embrión de un reportaje periodístico en el desaparecido Noticiero Universal. El traslado de enfermos críticos a sus casas, para que pudieran morir con los suyos, era una práctica habitual, aunque de dudosa legalidad. Y eso era portada.

Destapamos el supuesto escándalo, pero no pasó nada. Es como cuando ahora a los pacientes críticos se les aumenta la medicación para que descansen en paz de una vez. Todos lo saben. Tal vez sea lo mejor. Aunque se tenga que buscar un resquicio en la a veces absurda ley.

23 mayo 2007

AL ACECHO DE UNA PRESA NOCTURNA


Mi padre nunca se cansó de repetirme aquello de que "de noche todos los gatos son pardos". Y creo que tiene razón. No es la primera vez que cuando salgo de trabajar, a las tres de la madrugada, me topo de narices con el suceso más inesperado, como el de la ciclista ensangrentada. A veces me pregunto si soy yo el que los atrae o si es la noche la que los multiplica.

Aquella madrugada, cuando me detuve en el semáforo de la calle Marina con Aragó (en el centro del gráfico), en Barcelona, me inquietó aquella imagen disonante. Una chica esperaba para cruzar (tenía el semáforo verde), pero no lo hacía. Parecía nerviosa. Miraba a uno y otro lado.

A tan sólo cinco metros, en el mismo paso de peatones, dos jóvenes no dejaban de mirarla y de cuchichear entre ellos. Pero ella, que no, que no cruzaba. Y yo, enseguida, temí lo peor.

Delante mío

Instintivamente, llamé a la policía y les pedí que vinieran. "No estoy seguro, pero me parece que van a atacar a una chica en el cruce de Marina con Aragó", les dije. Mientras hablaba con el operador del 091, la chica comenzó a cruzar a paso rápido. Pasó por delante de mi capó. Y los dos jóvenes, detrás.

Ella se dirigía ligera hacia la plaza de Pablo Neruda, un pequeño y oscuro parque urbano. Iba directa a la boca de lobo, pensé. Y ellos detrás, un poco más rápido. De repente, ella dio un giro rápido y cruzó la calle de Aragó, una avenida grande de seis carriles, y ellos emprendieron la carrera tras ella.

"!Que vengan ya, que están a punto de tirarse encima!", grité al policía que intentaba confirmar si mis sospechas estaban fundadas.

Rodar por el suelo

En un segundo vi a la chica rodar por el suelo en medio de la calle, aferrada a su bolso, liándose a patadas con los dos ladrones. Bajé del coche y les grité: "¡Dejadla en paz!". Ellos me miraron y salieron corriendo.

Cuando me acerqué a levantar a la chica, se alejó de mí, asustada. Se pensaba que yo también iba a atacarla. Un frenazo en seco retomó la situación. "Alto, policía", gritaron dos tipos desde un Clio de cuatro puertas. Era un coche camuflado de la policía.

Los dos explicamos lo ocurrido. Los agentes recogieron a la joven y se la llevaron en su coche para tratar de localizar a los tironeros antes de que se toparan con otra víctima.

Yo volvía a mi coche, aún con las puertas abiertas. Pensé, sin ánimo de parecer un héroe, que si todos tuviéramos una actitud más vigilante y solidaria, ellos, los que están al otro lado, lo tendrían un poco más difícil.

18 mayo 2007

MI PRIMERA ENTREVISTA CON EL REY

La primera vez que hablé con el Rey, con Juan Carlos I, claro, fue hace 25 años. Era un crío y acababa de entrar a colaborar (no tenía sueldo) en el diario El Noticiero Universal, ahora desaparecido. Una noche me pidieron que a la mañana siguiente me fuera a la Academia de Suboficiales de Talarn (Lleida) porque el entonces joven rey iba a entregar los títulos a los nuevos mandos.

Recuerdo perfectamente que recogí al fotógrafo, César, en la Diagonal de Barcelona cuando apenas había salido el sol y nos fuimos con mi flamante Seat 850 a Lleida. Cuando quedaba poco para llegar a la base militar nos paró al Guardia Civil para identificarnos y preguntarnos a dónde íbamos. Nos pidieron la acreditación de prensa, pero no teníamos, ni siquiera un mísero carnet de nuestro periódico.

El penúltimo control

Me debieron ver la cara de bueno y jovencito, así como la bolsa del fotógrafo, no tan jovencito pero igual de bueno, y nos dejaron pasar. ¡Bien! Pero un par de kilómetros más allá, en la puerta del campamento, nos esperaba otro control, esta vez de policías militares:

-- "¿La invitación?"
-- "No tenemos. Verá, es que nos avisaron anoche y no ha dado tiempo".
-- "¿Carnet de prensa?"
-- "No, es que, mire, soy estudiante y no trabajo todavía en el diario..."

Miradas de perplejidad bajo los cascos, dudas, cuchicheos y, ¡milagro!, nos levantaron la barrera.

Aparcamos el coche y César y yo nos dirigimos a la gran explanada donde ya habían comenzado a desfilar decenas de jóvenes suboficiales, contemplados por cientos de familiares.

En la tribuna de prensa

Nos metimos donde estaban los periodistas con sus cámaras, blocs (que no blogs) y casetes hasta que comenzamos a ver que varios hombres muy bien vestidas nos señalaban nerviosos. Enseguida supimos que eran escoltas de paisano, que se acercaron a pedirnos explicaciones. No teníamos la credencial colgada del cuello (ni en el bolsillo, porque no teníamos nada que nos identificara como periodistas). Dimos nuevas explicaciones, que se creyeron, porque eran ciertas, y ahí nos quedamos.

Después, todo fue más fácil. Seguimos al séquito de personalidades y acabamos metidos en una sala repleta de oficiales. Yo, iluso de mí, me acerqué al Rey mientras tomaba un aperitivo y comencé a preguntarle sobre lo que le había parecido el acto. El, amable y simpático, me contestó atentamente mientras yo intentaba memorizar lo que me decía.

La ingenuidad del principiante

Cuando horas después llegué a la redacción, me puse a escribir mi entrevista con el Rey. Le pasé los folios a mi jefe, que comenzó a leer con cierta sorpresa e incredulidad. Tras unas risas, que no entendí muy bien a qué venían, me miró fijamente y me preguntó: "¿Pero a ti nadie te ha dicho que el rey no da entrevistas así como así? ¿No te han explicado que lo que dice en un acto informal no se puede publicar?"

Y me exclusiva real se fue al traste. Comenzaba a aprender mi oficio.

16 mayo 2007

EL ATROPELLADO Y LOS DOS SAMARITANOS


Me pasó en Tarragona. Normalmente, siempre llevaba en el bolso mi cámara Konica Pop, de color rojo brillante (nada discreta para mi trabajo). Y aquel día, cuando vi a un hombre tirado sobre el asfalto de la Rambla Nova no me lo pensé dos veces.

Primero acudí a ver si podía ayudar al herido, pero ya había dos personas, un hombre y una mujer, atendiendo al peatón atropellado. Y un buen número de curiosos arremolinados en la arteria principal de la pequeña ciudad.

Suceso poco frecuente

Así que opté por tomar unas cuantas fotografías. Trabajaba en el Diari de Tarragona y aquellas fotos podían llenar un buen espacio en las páginas de Local. No todos los días atropellan a alguien en una ciudad de 90.000 habitantes, en nada comparable a otras fagocitadoras de peatones y motoristas como Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia o Bilbao.

Llegué a la redacción con mi foto bajo el brazo. Bueno en realidad en la cámara, dentro de un rollo de negativo (entonces no existían las digitales), y la entregué a los compañeros del laboratorio para que la revelaran.

No había muerto

Salió en la sección de Sucesos. "Atropello en la Rambla", decía el titular. Era una noticia a pie de página. Una más, en un diario saturado de novedades. El atropellado no había muerto y eso, mal que nos pese, marca la diferencia en la extensión de la noticia.

Al día siguiente, cuando yo ya estaba metido en nuevas historias, me avisaron de que tenía una visita en la entrada de la redacción. Allí me encontré con una pareja indignada. Me dijeron que estaban dispuestos a denunciarme por la foto del atropello.

"¿Son familia del herido?", les pregunté. "No. Somos los que estamos ayudándole", contestaron. Y yo repliqué: "¿?" (estos signos significan la mueca perpleja de mi cara).

En el lugar equivocado

Y entonces, los dos comenzaron a explicarme que eran amigos, buenos amigos, muy buenos amigos... tanto que no podían salir juntos en una foto, porque ni uno ni otro debían estar allí en ese momento y muchos menos juntos. Aunque fuera realizando una buena acción.

Yo me excusé, aunque no sé muy bien porqué, pero les dije que ya no se podía hacer nada. No sabía que los dos estaban casados (cada uno con su respectiva pareja) y ellos estaban en la vía pública, en el epicentro de una noticia.

No volví a saber más de los dos infieles. Una pena. ¿Se rompió una de las parejas? ¿Las dos? ¿O tal vez las tres? ¿Tenían derecho a denunciarme?

Si os apetece, escribidme vuestra opinión, aunque os adelanto que tengo la conciencia tranquila.

15 mayo 2007

¡ ¡ ¡ ABRO NUEVO BLOG DE VÍDEOS ! ! !

Tengo el placer de comunicaros que estreno un nuevo blog.

Desde hoy reservaré este blog que estáis leyendo para contaros mis experiencias personales, que son muchas.

En el nuevo, Un vídeo cada día, os ofreceré precisamente eso. Bastará que el vídeo me haya hecho reír, emocionado, estremecido, conmovido, ilusionado...

Sólo si el vídeo consigue rozarme el corazón, lo que no es fácil, me animaré a compartirlo con vosotros.

Eso sí, será uno al día, para empezar el ídem con una sonrisa ;-)

14 mayo 2007

LOS CERDOS NOCTÁMBULOS (y 2)



Aquí lo tenéis. Es la voz del chófer que amenazó con soltar 300 cerdos en la Rambla de Barcelona. En un post anterior os conté cómo hasta yo mismo salí del periódico de madrugada y me fui a buscar el tráiler con los gorrinos.

Ahora acabo de encontrar en Youtube este documento sonoro impagable, la conversación que mantuvo el transportista con Cristina Lasvignes en Hablar por Hablar, de la Cadena Ser, el programa ideal para los luciérnagos como yo.

Dicen que al final el camionero consiguió que le pagaran y no soltó los cerdos. ¡Qué pena!

12 mayo 2007

MALDITOS ROEDORES...


Cuando me encargaron que hiciera un reportaje sobre ellas, no imaginé que me iban a fascinar tanto. No pensaba que fueran listas, sociales y organizadas. Sólo sabía que eran nuestras enemigas y que debíamos mantenerlas a raya.

Fue un veterinario experto en zoonosis y responsable de la lucha contra las plagas en Barcelona el que me contó algunas curiosas peculiaridades de esas temibles mickey mouse que viven bajo nuestros pies.

Tantas como habitantes

De entrada, cualquier gran ciudad, por muchas medidas que tome, tiene siempre en el subsuelo tantas ratas como habitantes. Y eso suponiendo que se coloque raticida para mantenerlas bajo control.

Pero con ellas no funciona cualquier veneno. ¿El motivo? Es que las ratas son tan espabiladas que si alguna de ellas ve a una compañera muriéndose mientras come un cebo envenenado, ya no se acerca después a esa comida tóxica.

Como el hombre es aparentemente más listo, inventó el veneno con anticoagulante. La rata come, y repite, y vuelve a probar, hasta que al cabo de un cierto tiempo, y ya lejos del veneno, empieza a encontrarse mal y se muere de una hemorragia interna. Sus compañeras no descubren el motivo del fallecimiento y prueban también el cebo.

Convivencia

Pese a todo, las ratas se reproducen tan rápidamente, que no hay veneno suficiente para matarlas a todas. Ni tampoco existe flautista alguno que se las lleve con la música a otra parte. El secreto está en conseguir una coexistencia digamos que tolerada. Mientras ellas no suban...

Este veterinario me contó también que nunca hay que plantarles cara. Normalmente, las ratas tienen miedo y huyen ante el más mínimo riesgo. "Si alguna vez te encuentras con una de cara, en una habitación por ejemplo, no la acorrales, ella debe tener siempre una salida", me contó.

Y para ilustrar el consejo recordó el caso de un empleado municipal que trabajaba en las cloacas que intentó dar una patada a una rata, pero ésta le clavó los dientes en su enorme bota de goma y se quedó enganchada. El drama fue conseguir librarse de ella...

Comida por el desagüe

También me explicó el porqué de tanta rata bajo las ciudades. Miles de personas las alimentan sin saberlo arrojando la comida por el desagüe y el inodoro. Ellas lo saben y se limitan a esperar y a comer.

Pero mientras sigan encontrando la comida allá abajo, no subirán a buscarla.

11 mayo 2007

HOY TIENE QUE SER UN GRAN DÍA



¿Estáis un poco depres? ¿Os sentís desgraciados? ¿Creéis que los años pasan demasiado rápido? ¿Habéis sido padres y sólo ahora comenzáis a entender a los vuestros?

La mayoría nunca nos planteábamos de jóvenes qué queríamos ser de mayores ¿Y ahora? ¿Nos da miedo el futuro? ¿Sentimos nostalgia por el pasado?

Echad un vistazo a este vídeo, fijaros bien en el mensaje, y disfrutad. Hoy, como mañana, puede ser un gran día.

Sólo hay que usar crema solar y tener algunas cosas claras. ¡Ánimo!


El texto de este videoclip es el de una columna de opinión publicada el 10 de junio de 1997 en el diario estadounidense Chicago Tribune por la periodista Mary Schmich y que podéis leer aquí.

09 mayo 2007

EL VIRUS EQUINO POLICIAL

En 20 años de profesión periódística sólo una vez me han citado para tener que dar explicaciones a la autoridad competente sobre una información. Y no se trató de que hubiera injuriado a alguien o que hubiera mentido. El asunto tuvo que ver con caballos y también con la policía.

Fue en el verano de 1991. Ese año anterior a los Juegos Olímpìcos de Barcelona se detectó un brote de peste equina en Andalucía y todos estábamos muy susceptibles con todo lo que tuviera que ver con caballos y epizootias (enfermedad en animales). Un brote de esas características podía estropear la imagen de los JJOO. Y eso no se podía permitir.

Y fue en ese contexto cuando recibí una misteriosa llamada en la redacción. Una garganta profunda me aseguró que todos los caballos del Cuerpo Nacional de Policía en Barcelona estaban en cuarentena por una extraña enfermedad.

La confirmación de un veterinario

Enseguida me puse manos a la obra. En esos casos tiras de agenda. Localicé a un veterinario que me confirmó la enfermedad. No era grave, pero los equinos tenían diarrea y, claro, no podían patrullar.

Publiqué la información y me quedé tan ancho. Hasta que un día me encontré un sobre en la mesa. Era una citación policial. Pero no me invitaban exactamente a ir a una comisaría, sino al cuartel policial de la plaza de Espanya (hoy ya desaparecido).

Como yo para esas cosas soy muy desconfiado, hablé con el abogado de la empresa y nos presentamos los dos juntos el día y la hora señalados. En el típico despacho policial, cutre y rancio, un agente comenzó a hacerme preguntas mientras su compañero escribía a máquina las respuestas. Iba rápido, muy rápido, entre otras cosas porque yo no decía nada que no fuera que símplemente me negaba a contestar.

Asuntos internos

Al parecer, eran agentes de asuntos internos y pretendían que yo les desvelara cómo me había enterado de la existencia del virus intestinal equino. No parecían interesados en sus caballos, sino en pillar a mi confidente.

Los aplicados funcionarios parecían ignorar que estábamos en 1991, que la Constitución garantiza la libertad de prensa, que los periodistas no solemos cantar... Imagino que lo intentaron por si picaba y, asustado, les contaba todo lo que ningún informador osaría contar.

Aunque no me las quiero dar de chulo, no me sentí intimidado, ni cohibido. Aunque no negaré que me tranquilizaba sobremanera acudir acompañado de mi abogado. Y es que en una depedencia policial sabes cómo y cuándo entras, pero a veces no puedes calcular cuándo vas a salir.

04 mayo 2007

LA CUCARACHA QUE NO PODÍA CAMINAR


Sé que hay muchísimas personas que no soportan las cucarachas. Por eso he tomado hoy dos precauciones. Escoger una ilustración que no les provoquen náuseas (lo que me ha costado muchísimo) y avisarles de que este ‘post’ tiene que ver con ese insecto revulsivo y la comida.

Me ofrecieron hacer un reportaje para Informe Semanal sobre un joven que hace más de 20 años mató y descuartizó a su vecina en Cambrils (Tarragona). TVE envió un equipo de reporteros, a los que me tenía que unir.

Cuando nos dirigíamos hacia Girona para grabar imágenes de una prisión y hablar con gente que había compartido celda con el homicida nos pilló la hora de la comida. Como que yo era el anfitrión catalán, aconsejé al equipo que paráramos a comer en un restaurante de montaña en el macizo del Montseny. Pero era lunes y estaba cerrado.

Postre recomendado

Entramos en otro restaurante próximo, que sí estaba abierto. Primer error. Yo aconsejé a mis compañeros que pidieran platos catalanes: pan con tomate, butifarra con judías, etc. Y de postre, crema catalana o, mejor aún, mel i mató (miel con requesón).

Cuando degustábamos los postres (es un decir), vi cómo el cámara tapaba su vasito de barro con la servilleta. “¿Ocurre algo? ¿No te gusta?”, le pregunté. “No, nada, tranquilo”, me dijo. Como que yo insistía, quitó la servilleta de encima del recipiente y me lo pasó: “¡Mira!”.

Y lo que yo vi que yacía en el fondo, ligeramente cubierto de requesón, era una cucaracha tan grande que no cabía echada en la base de la tarrina y había tenido que apoyar sus patas superiores en las paredes de barro.

Indignado, llamé a la dueña, quien sin darle la menor importancia y, con un rostro emorme e impasible, se limitó a decir: “Ahora les traigo otra”. “De eso nada -repliqué yo-. Lo que nos va a traer es la hoja de reclamaciones”.

Encerrona con garrote

Al cabo del rato, la mujer volvió y me pidió que subiera al piso de arriba donde, en una especie de salón (el restaurante parecía ser también una vivienda) me esperaba el dueño del restaurante armado con un palo. “¿Con que me queréis arruinar el negocio metiendo una cucaracha en el mel i mató?”, me gritó. Menos mal que mis compañeros oyeron las voces y subieron a rescatarme.

Tuvimos tiempo y paciencia para rellenar la hoja de reclamaciones después de pagar la factura, que incluía por supuesto el postre con sorpresa. Después, me arrepentí de no haber gritado en medio del comedor: “¡Hay una cucaracha en mi postre!”. Pero es que entonces yo estaba más preocupado por el periodista que había descubierto el aporte proteínico extra en la cuajada que por provocar la evacuación en desbandada del local.

Curtido por experiencias anteriores

El afectado por el descubrimiento intentó tranquilizarme contándome que había comido insectos en otros países de África, Asia y América y que no le había impresionado nada el original hallazgo en el postre catalán. Y su sonrisa parecía sincera.

Al cabo de unas semanas, recibí una carta de la Conselleria de Comerç. Tras una inspección, habían obligado al dueño del restaurante a reformar las cocinas por su pésimo estado. También le cayó una multa.
Aunque yo todavía me pregunto cómo vertieron la cuajada en el vaso de barro sin ver que bañaban y ahogaban a aquella gigantesca cucaracha.

01 mayo 2007

“MANÁ MANÁ…”



¡Qué tiempos aquellos! Descubrimos el mundo, el lenguaje, los números, las letras y el sentido del humor a través de los peluches de los Teleñecos, Barrio Sésamo y compañía. Y es que entre tanta noticia dramática que pasa por mis dedos esta madrugada en la redacción del diario, me apetecía sonreír y recordar.

Y de aquel “maná maná”, os propongo acercaros a otro Maná bien distinto, acompañado esta vez de mi idolatrado Juan Luis Guerra, que arrasa ahora en EEUU y el mes que viene vuelve a España. Para soñar...

30 abril 2007

UN POLICÍA ATÍPICO


Ignacio es un policía atípico: romántico, idealista, de izquierdas, utópico, de los que creen en las personas aunque sean delincuentes. Es inspector de la Brigada de Policía Judicial. Luce barba y en invierno esos tópicos jerseys de lana años 60 que le dan un aspecto aún más progre.

El mismo me explicó, en uno de los muchos cafés que compartimos, que nunca llevaba encima su revólver reglamentario. Ni tan siquiera se preocupaba demasiado de su obligado mantenimiento, como engrasarlo o limpiarlo. Y un día estuvo a punto de perder su empleo por ello.

Una citación judicial

Una mañana le asignaron a él y a un compañero un servicio de rutina. Debían acudir a entregar una citación judicial a un sospechoso en un barrio conflictivo de la periferia.

Aparcaron el coche camuflado en la puerta. Cuando iban a entrar en el edificio, Ignacio prefirió esperar abajo mientras el otro inspector subía con el papel. Pero cuando este llamó a la puerta, varios pisos más arriba, el receptor de la nota le abrió apuntándole con una escopeta.

Largo asedio policial

Ignacio oyó los gritos e instintivamente echó la mano a su cintura para sacar el revólver ausente. El compañero voló hasta donde estaba Ignacio y enseguida pidieron refuerzos con la emisora del coche K.

El asedio policial duró varias horas, hasta que se entregó el delincuente. Por suerte, este no llegó a disparar. Y nadie supo que Ignacio había ido a trabajar sin su arma al cinto. Ni que él cree en las personas y sabe que llevarlo supone, la mayoría de las veces, tener que utilizarlo.

Sí, lo sé. Es un policía atípico.

27 abril 2007

TRABAJADORES MULTIFUNCIONALES EN EURODISNEY


Pensábamos que la especialización iba a ser la panacea, pero nos equivocamos. Cada vez más se buscan trabajadores polivalentes. El objetivo, siempre el mismo: reducir costes de producción. Y es que nosotros, los curritos, somos parte de esos costes de producción.

Pese a que intento hacerme a la idea de que cada vez más en mi trabajo de periodista tengo que aprender hacer nuevas cosas (no para sustituir otras tareas anteriores sino para ampliar el número de ellas), el otro día lo vi todo más claro en un viaje a Eurodisney.

Impecable presentación

Unas 200 personas entramos en la atracción Armageddon, de Disney Studios. Hay que imaginarse una sala amplia, con varias pantallas de plasma y un atril desde el que la empleada del parque, vestida de astronauta, explica todo lo que vamos a experimentar en la atracción espacial.

La joven, medio presentadora, medio actriz, lo hace impecablemente en cuatro idiomas. Llegas a creerte que vas a viajar al espacio. Es convincente, divertida, espontánea. Luego, sin perder la sonrisa, invita al grupo a entrar a través de un largo pasillo en el centro de la atracción, la sala de control de una nave espacial que va a ser bombardeada por meteoritos.

Ahorro de salarios

Mientras todos nos dirigimos al escenario principal, ella se queda rezagada. De detrás del atril coge una escoba y un recogedor y se pone a barrer el suelo. Con eficacia, en menos de 30 segundos, mientras cree que ya nadie la ve.

Después, la eficiente y polivalente empleada va a la sala de mando y pone en marcha la atracción. Varios salarios en uno. Y los demás, nos dispusimos a disfrutar de la magia Disney, sin preguntarnos por el salario de una presentadora, animadora, actriz, técnica, basurera multilingüe.

23 abril 2007

LAS NUTRIAS TAMBIÉN SE QUIEREN



No todo está perdido. No solamente lo más cutre triunfa en internet. Todavía hay esperanza. Y lo demuestra el éxito que tiene este vídeo en Youtube. Más de cinco millones de visitas ha recibido este documento en el que se ve cómo dos nutrias nadan juntas cogidas de la pata.

Lo más sorprendente, como en las mejores historias, está al final, cuando las dos mutrias se separan empujadas por la corriente.

El vídeo, grabado en el acuario de Vancouver, fue colgado en Youtube hace un par de semanas. Sus protagonistas tienen nombre, Nyack y Milo, y son ya unas estrellas en la red.