CON LOS CALZONCILLOS EN EL PASILLO
Perder los calzoncillos puede ser dramático. Pero si el extravío se produce en el pasillo de un supermercado, entonces hay que rogar porque no funcionen las cámaras de seguridad, además de intentar pasar lo más desapercibido posible.
Como ya prometí en la declaración de intenciones de este blog, las experiencias personales que aquí cuento son absolutamente ciertas. Y el numerito de los calzoncillos se produjo hace tres años en un supermercado Caprabo.
Todo comenzó al ir a acostarme. Si habéis leído el post de cómo se duchan un hombre y una mujer sabréis que nosotros no solemos dejar la ropa en la cesta. Por ello, el pantalón y el calzoncillo quedaron casi eternamente unidos y hechos una pelota sobre una silla. Y esa fue mi desgracia…
A la mañana siguiente, siempre con prisas, cogí los tejanos y me metí dentro de un salto (bueno, casi). Antes, por supuesto, me puse la ropa interior. Y después, el resto de prendas. Al llegar a la cocina, comprobé que faltaban algunas cosillas básicas y me fui a comprarlas al súper.
Junto a los detergentes
Justo cuando recorría el pasillo de los detergentes empujando mi carro semivacío, noté algo en el pie, como si hubiera topado con un papel o una bolsa, por lo que instintivamente y casi sin mirar di una pequeña patadita, rápida, seca, efectiva, para sacudirme aquello. Y lo pateado se desplazó un par de metros hasta quedar justo en medio del pasillo, entre el Dixán y el Colón, muy cerca de los suavizantes del osito.
Los reconocí enseguida: mis calzoncillos. Y aunque lo lógico habría sido comprobar disimuladamente si eran los mismos que debía llevar puestos, la verdad es que primero busqué posibles testigos de aquel desastre. Comprobé que no hubiera cámaras de seguridad. Luego, que nadie más estuviese en el pasillo de la línea blanca (por suerte a primera hora de la mañana son pocos los que bucean entre los artículos de limpieza de un súper). Sólo entonces me agaché y en un rapidísimo gesto hice una pelotita con el slip y lo metí en el bolsillo derecho del tejano.
Dignidad por los suelos
Ya sé que podría haber optado por dejar el calzoncillo allí en medio. Total, no creo que nos sometieran a todos los clientes varones del súper a un estudio de ADN (¡agggg!) para determinar la paternidad de aquella prenda usada. Pero yo no estaba dispuesto a abandonar algo tan íntimo y tan personal como mi dignidad en el pasillo encerado de un supermercado.
Luego vinieron otras dudas. ¿Me habría visto el vigilante a través de esas cámaras ocultas metiéndome aquello en el bolsillo? ¿Deduciría a través del monitor en blanco y negro que se trataba de un calzoncillo o pensaría que yo acababa de robar una bayeta Spontex?
Decidí entonces interrumpir la compra y cruzar la línea de cajas con mi carro cómplice casi vacío. No quería dar tiempo al guarda a rebobinar la hipotética cinta de vídeo. La cajera me miró y sonrió. Yo no me atreví a ninguna de las dos cosas. “Si tu supieras...”, pensé. Me dijo el importe y le tendí el billete. Enseguida me di cuenta que lo había hecho con la misma mano con la que había rescatado mi prenda íntima. Pero eso iba a ser un secreto. Hasta hoy.
PD. Ahora, por las mañanas siempre compruebo si el slip del día anterior sigue aferrado al pantalón. ;-)
2 comentarios:
jajajaja, me ha encantado tu historia. Me imagino la situacion!
Claro, que digo yo que el carro no iria tan vacio si pagaste con tarjeta, no? LOL
Lo peor hubiese sido que se acercase el de seguridad, como cuando te han visto robar algo por las camaras:
-" Señor, puede enseñarme el contenido de ese bolsillo, por favor..."
Tenías razón. Fue un lapsus debido a la memoria. Ya está arreglado. Un saludo y gracias.
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