28 febrero 2007

NO SOMOS NADA



Una persona nos acaba de avisar esta noche de que en una calle peatonal del Eixample de Barcelona hay un montón de basura y muebles viejos acumulados en medio de la acera. Al llegar, veo a dos empleados de la limpieza y a un indigente removiendo los desechos (foto superior).

Los basureros me explican que seguramente han vaciado el piso de una persona fallecida. Ocurre a menudo. Y allí, desparramados por el suelo, veo cartas manuscritas de los años 70, libretas bancarias con saldos en pesetas, postales remitidas desde un pueblo de Tarragona encabezadas con un ‘Querida tía’ y una impresionante foto de la presunta difunta en el día de su boda.

Las cosas de María V.

La vida de una persona está tendida en la calle. Cuando el cuerpo se pudre, si antes no lo incineran, las que fueron sus pertenencias, por las que tanto luchó, quedan abandonadas a no ser que lo impida un ser querido. Pero las que yo veo ante mí no tienen la suerte de ser custodiadas como las valiosas pruebas materiales de una existencia que fueron.

Las cosas de esta mujer (María V. pone en los múltiples papeles y documentos) fluctúan esta madrugada entre las escobas del servicio de limpieza, las manos de un aparente drogadicto sin techo y las de este luciérnago que salió a por una historia y regresará triste.

Zapatos y medicinas

Cojo antes, eso sí, algunas curiosidades. Además del cuadro con la foto de la mujer, una cartilla bancaria de ¡¡¡ 1911 !!! con una imposición de 5 pesetas, un recibo de un mueble para una máquina de coser Singer de 2.000 pesetas y algunas fotos familiares en blanco y negro.

Sobre la acera quedan zapatos negros de tacón bajo, como los de cualquier anciana, muchas medicinas abiertas, revistas y periódicos viejos, algunos de la muerte de Franco, y pequeños recuerdos desterrados de una alacena.

El supuesto yonqui se lleva unos cubiertos, que recoge de entre los trastos viejos. “Seguro que me servirán”, se justifica. Y me invita a coger el retrato en blanco y negro sin fecha de la mujer (sobre estas líneas), que posa con un hombre en el que tal vez fue el día más hermoso de su existencia ahora inexistente. Siento una triste quemazón agridulce en el alma.

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