25 marzo 2007

DOS EXTRAÑOS Y UN LIBRO EN EL TREN


Trabajo en la redacción de un periódico y en turno de noche. Eso tiene algunas ventajas y también inconvenientes. El más surrealista, de los inconvenientes, claro, es que siempre llego tarde a recoger los libros que abandonan los compañeros de Cultura.

Todos los redactores saben que el material impreso de deshecho se deposita en unas cajas de cartón a las que los que devoramos libros nos dirigimos con frecuencia como buitres en busca de carroña. Siempre hay un listo que se adelanta y arramba con todo.

Eso explica que yo me tenga que conformar casi siempre con las sobras de las sobras. Y ahí están precisamente dos grandes géneros literarios: los libros de poesía y los de autoayuda. Con los primeros yo tampoco puedo, lo reconozco, pero los segundos me han deparado alguna que otra curiosa sorpresa.

Buen título

De entrada, lo que me atrajo en aquella ocasión fue el título, Sexo sabio, porque a su autor, el sexólogo Antonio Bolinches, no lo conocía. Un rápido vistazo al índice me insinuó que aquello podía interesarme para hacer menos tediosos mis viajes en transporte público.

El libro explica técnicas y consejos para mejorar la relación sexual y potenciar el enamoramiento en la pareja. Y aunque en un principio me pareció un pelín moralista, la verdad es que no pude dejarlo hasta llegar al final.

Pero la anécdota que me deparó aquel manual nada tiene que ver con el sexo, o al menos poco. Entré en un vagón de los Ferrocarrils de la Generalitat en Sant Cugat con destino a Barcelona y me senté. Mientras leía a mi desconocido terapeuta sexual, reparé que justo a mi lado había una mujer, de mi edad, leyendo ¡¡¡ el mismo libro !!!

No me pude reprimir (pocas veces lo hago) y le solté: "Estamos leyendo el mismo libro". Tras la sorpresa inicial por mi atrevimiento, la conversación fluyó hacia los diferentes motivos que nos habían llevado hasta las palabras de Bolinches.

Sola en la consulta

Ella me contó que su pareja pasaba muchísimo, que no colaboraba nada en casa, que el hombre decía siempre que estaba cansado, que apenas se interesaba ni por ella ni por la hija de ambos....
La mujer lo había intentado todo. Hasta acudía a una terapeuta de parejas, que precisamente le recomendó el libro. Ella iba sola a la consulta. "El nunca quiere acompañarme", me confió, triste.

Llegamos a la estación de Provença. Ella guardó el libro, se despidió y bajó del tren. Nunca supe su nombre, ni la he vuelto a ver. Tal vez aún espere que su pareja se anime a ir al terapeuta, o a lo mejor ya ha cogido a la niña y el libro y ha dado un giro definitivo a su vida.

Y aunque nuestro único vínculo fue la casualidad, el libro y una charla apresurada, deseo que haya vuelto a ser feliz.

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