LA FALSA REDADA EN LA CASITA BLANCA
Conocí a Pablo en Tarragona. Era juez de instrucción. Unos años después nos encontramos en Barcelona. Como de vez en cuando tenía que hacer de juez de guardia, le propuse hacer un reportaje sobre todo lo que en 24 horas tenía que resolver: levantamientos de cadáveres, desahucios, órdenes de detención … Lo peor de la ciudad pasaba por su despacho, en uno de cuyos anexos tenía un completo dormitorio.
Como la noche era tranquila, el juez Pablo aprovechó para ir a ver un partido de baloncesto. Yo preferí cenar con mi padre en la otra punta de la ciudad. Quedamos en que si pasaba algo, el juez me llamaría y me pasaría a buscar con su coche oficial.
Como la noche era tranquila, el juez Pablo aprovechó para ir a ver un partido de baloncesto. Yo preferí cenar con mi padre en la otra punta de la ciudad. Quedamos en que si pasaba algo, el juez me llamaría y me pasaría a buscar con su coche oficial.
La aparición de un cadáver
El timbrazo rompió el tedio de la cena familiar. “Han encontrado un cadáver debajo del puente de Vallacarca. ¿Dónde te puedo recoger?”, me dijo el juez, mientras de fondo se oía la sirena del vehículo camuflado en el que se desplazaba a toda prisa con chófer, forense y secretario.
“Yo vivo muy cerca de Vallcarca -le dije-. Le espero en la esquina de Ballester con Hospital Militar”. Cuando colgué no había reparado de que en esa mismo cruce, a 50 metros del piso de mi padre, se encuentra la Casita Blanca, el mueblé (hotel para citas de parejas) más emblemático de la ciudad (en la foto).
Susto en el hotel
“Yo vivo muy cerca de Vallcarca -le dije-. Le espero en la esquina de Ballester con Hospital Militar”. Cuando colgué no había reparado de que en esa mismo cruce, a 50 metros del piso de mi padre, se encuentra la Casita Blanca, el mueblé (hotel para citas de parejas) más emblemático de la ciudad (en la foto).
Susto en el hotel
Cuando llegué a la esquina, ya era tarde. El coche del juez estaba metido en la entrada del párking de la Casita Blanca, donde parejas anónimas y muchas de ellas clandestinas apuraban los últimos sorbos de amor.
Los destellos azules del coche camuflado judicial iluminaban la entrada del hotel parejero, del que ya habían salido cuatro o cinco camareros con pajarita, asustados ante lo que aparentaba ser una redada policial.
El juez Pablo no tenía ni idea de lo que se cocía en aquel edificio. Se lo tuve que explicar. De todas formas, no era nada ilegal. Así que me subí a su coche y con el resto de la comitiva judicial nos fuimos a buscar el cadáver de un yonqui, uno más de los que de vez en cuando vierte la ciudad.
Los destellos azules del coche camuflado judicial iluminaban la entrada del hotel parejero, del que ya habían salido cuatro o cinco camareros con pajarita, asustados ante lo que aparentaba ser una redada policial.
El juez Pablo no tenía ni idea de lo que se cocía en aquel edificio. Se lo tuve que explicar. De todas formas, no era nada ilegal. Así que me subí a su coche y con el resto de la comitiva judicial nos fuimos a buscar el cadáver de un yonqui, uno más de los que de vez en cuando vierte la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario