29 marzo 2007

UN FOTÓGRAFO EN EL CALABOZO

Carlos, el fotógrafo, es un buen tipo, aunque un poco impulsivo. Si se mete en líos es, a veces, precisamente por eso. De hecho, no me extrañó nada cuando nos llamaron a la redacción del diario para decirnos que Carlos estaba retenido en una comisaría por intentar defender a unos inmigrantes africanos detenidos por la policía.

Por la tarde, en una concurridísima avenida. Unos policías de paisano tienen en el suelo a dos personas negras en una escena muy de película. Dos coches atravesados en la calzada con las puertas abiertas. Uno de ellos es un camuflado de la policía. Y la gente se amontona alrededor por pura curiosidad.

Y entonces aparece Carlos con su cámara en ristre y les suelta a los agentes: “¿Pero qué hacen? ¿Qué les hacen a esos pobres negros? Racistas, que son ustedes unos racistas”. Y claro, los policías se ponen nerviosos y le piden a Carlos que “circule”, que se vaya. Pero Carlos insiste y, al final, los agentes le detienen y se lo llevan a la comisaría, dicen que para evitar una reacción en masa del público.

Rescate en la comisaría

A medianoche, estábamos en el diario trabajando cuando una llamada nos avisó de la detención. Yo mismo telefoneé a un responsable policial para interesarnos por nuestro compañero y me contó que el altruismo justiciero de Carlos estuvo a punto de desbaratar una operación antidroga.

El director del diario decidió acudir esa misma noche a la comisaría de policía donde estaba Carlos. El comisario también acudió y comenzó la negociación. “Usted comprenda que él no sabía lo que ustedes hacían con los inmigrantes”, dijo el director.

"Pero usted debe saber también el riesgo que supone para los policías que un desalmado anime al público contra ellos cuando están realizando una detención”, contestó el comisario.

Olvidarlo todo

Al final, el comisario, consciente de que todo había sido un malentendido y que es mejor no llevarse mal con el cuarto poder, cogió el montón de papeles en los que se recogía el incidente y los rompió delante de Carlos y el director mientras decía: "Pues esto lo olvidamos y aquí no ha pasado nada”.

Y de repente, mientras todos esbozaban una sonrisa leve, de aquellas que se te dibujan cuando sales de un gran apuro, Carlos, muy serio, soltó: “De olvidar, nada. Ahora yo me voy al juzgado de guardia a denunciar esta detención ilegal”. Cuando la cara del comisario comenzaba a desdibujarse, el director le propinó una colleja al fotógrafo de los líos y le dijo: “Tú te vienes conmigo y olvidas todo esto pare siempre”.

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