22 marzo 2007

SE FUE A BUSCAR TABACO Y ...

Puede parecer una leyenda urbana, pero no lo es. Yo mismo fui testigo casi en primera persona. David, entonces un buen amigo, le dijo a su mujer que iba a buscar tabaco. Una vez en la calle, y mientras se dirigía a un bar cercano, vio un paquete en la repisa de la cabina de teléfonos que había delante de su casa. “Estaba convencido de que alguien lo había olvidado y por eso lo cogí”, me explicó después.

Cuando salía de la cabina con el paquete bajo el brazo y sin haber mirado lo que había dentro, escuchó los gritos que jamás olvidará: “¡Alto! ¡Policía!”. Notó entonces que caía por el suelo rodeado de varios hombres. Uno le arrebató el paquete de las manos. Otro le puso las esposas. Y dos más le cogieron en volandas y le metieron en un coche camuflado de la Policía.

El coche se dirigió a la Jefatura Superior de Policía. Los inspectores le decían cosas como “ya te tenemos”, “¿no te lo esperabas ¿eh?” y “ahora te vas a enterar”. David no entendía nada. Intentó explicarles que iba a llevar el paquete a la comisaría de la policía local, a unos 300 metros de su casa, pero no le creyeron.

Asalto al domicilio

En su casa, su mujer comenzó a intranquilizarse por su tardanza hasta que un par de horas después llamaron a la puerta. Los policías entraron en tromba en busca de la máquina de escribir supuestamente utilizada por su marido. Registraron el piso. También buscaban sobres y folios con los que David habría escrito los anónimos para chantajear a un empresario de la ciudad.

La mujer insistió en que su marido no era un delincuente y que había ido a buscar tabaco, pero no sirvió de nada. Fue entonces cuando ella me llamó, desesperada. Sabía que me dedicaba a las noticias de sucesos y confiaba en que yo aclararía de qué acusaban a su marido.

Me senté en el despacho del jefe de la Brigada de Policía Judicial y le hablé de David, de lo bueno que era, de las veces que me había ido con él de vacaciones, de lo bien que le conocía y le insistí en que en este caso se habían equivocado. Pero tampoco me creyó.

Incomprensión judicial

El pobre David, que había estudiado Derecho, pidió un habeas corpus, para que el juez le sacara del calabozo policial y le tomara declaración en seguida. Pero los saturados juzgados de la ciudad pocas veces cumplen con un trámite que piden casi todos los detenidos.

Tras dormir en una celda compartida en jefatura, e interrumpirle el sueño varias veces para interrogatorios de poli bueno y poli malo, David pasó a disposición judicial. El juez de guardia comprobó que la policía no tenía ninguna prueba de que David hubiera enviado mensajes a un empresario para extorsionarlo. Ni siquera pudieron relacionarlos, pues no se conocían de nada.

La única evidencia contra David fue coger el botín de la extorsión de una cabina en la que se habia pactado una entrega y situada ¡justo delante de su casa!. El juez le dejó inmediatamente en libertad sin cargos. El juicio nunca llegó a celebrarse.

David no se atrevió a denunciar a los policías. Y aprendió que jamás hay que coger un paquete abandonado. Me lo dijo cuando le expliqué, compungido, que yo también me lo habría llevado.

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