24 marzo 2007

SOLOS EN EL ANDÉN


Había oído hablar de los robos en el metro. Y también de la insolidaridad de la gente que presencia estos delitos. De hecho, puedes estar en un vagón repleto y, si intentan quitarte la cartera, es muy difícil que alguien salga en tu ayuda. Y esa pasividad siempre me ha indignado.

Por eso, cuando aquella tarde de domingo vi en un vagón de la línea 3 del metro de Barcelona cómo dos hombres jóvenes manchaban a posta la americana de un turista estadounidense, no dudé en sumarme a otro ocupante del vagón para gritarle a aquel buena fe que agarrara bien su cartera.

En busca de ayuda

Los carteristas se quedaron sin botín gracias a nuestras voces. Pero pensé que seguramente buscarían otra víctima. Por eso, decidí salir del vagón en la siguiente parada, Passeig de Gràcia, para avisar al jefe de estación y pedirle que alertara a la policía. “Tal vez pueden pillarlos en la próxima parada”, pensé. Para cumplir con mi deber ciudadano, memoricé la descripción de los cacos, desde su ropa a sus rasgos físicos.

Tan enfrascado estaba en mis ejercicios de memorización a lo CSI que, una vez en el andén y cuando el metro se alejaba, comprobé con espanto que sólo nos habíamos bajado tres personas: los ladrones y yo, los delincuentes y el ¿chivato?. Ellos empezaron a mirarme y hablar en árabe o en un idioma parecido. Parecía claro que yo iba a ser la próxima víctima.

Tenía dos alternativas: darles la cartera directamente o salir corriendo. Pero antes de decidirlo comprobé que había cámaras de seguridad en el andén. Aunque nadie llegue a tiempo de rescatarte, siempre puede ser un consuelo ver unos meses después el patético vídeo de tu propio robo en Youtube.

Un interfono en la pared

Luego, busqué inútilmente a algún empleado del metro o al jefe de estación. Ni tan siquiera había más pasajeros, ni en nuestro andén (seguíamos estando solos los tres) ni en el de enfrente. De la pared colgaba un intercomunidor que no me atreví a pulsar. Así que caminé a paso rápido hacia la primera salida mientras aquellos sujetos me imitaban.

Cuando llegué al vestíbulo, le pedí al jefe de estación que me dejara entrar con él en la taquilla blindada porque unos ladrones me persiguían. Pero el empleado me contestó que ya llamaría a la policía, pero que no me podía dejar pasar.

Al girarme vi a los dos delincuentes agazapados en la escalera e invitándome con la mano a que me acercara hacia ellos. Tal vez también confiaban en que el jefe de estación saliera a ayudarme. Pero no me esperé a comprobarlo.

No sé todavía si fueron segundos o décimas lo que tardé en huir. Sólo recuerdo que sentí en mi pecho el aire contaminado de la calle Aragó como un auténtico viento de libertad y alivio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues entre la pasividad de los usuarios y el calor que se pasa en verano, el metro de Barcelona se va a convertir en un infierno. Saludos y suerte en los traslados :)

Luciérnago dijo...

Lo del calor pareece que lo van arreglando, ahora a veces te hielas, sobre todo dentro d los nuevos convoyes. Gracias por tu comentario. Un saludo.