“TENGO QUE SUBIR EN ESE AVIÓN”, VOCIFERÓ CARLOS
Una de las habilidades de Carlos, mi compañero fotógrafo y cuyo nombre aquí es supuesto, es la de hacer ostentación de su condición allá donde va. Mientras que yo procuro pasar desapercibido, pues creo que la inserción disimulada en el conflicto ayuda a describirlo sin alterarlo, Carlos es otra cosa. Se hace notar, pase lo que pase.
Aquella tarde estábamos en la redacción como casi cada día cuando el teletipo que el conserje depositó en la bandeja de la sección de Sociedad activó el inicio de nuestra nueva y peculiar historia: el coche del ministro de Sanidad había atropellado y matado a una adolescente en un pueblo de Madrid.
El redactor jefe me interrogó con la mirada si estaba dispuesto a volar a Madrid. ¿Cómo no? El arrepentimiento vendría después. No por el escabroso tema a cubrir, sino por lo que iba a suponer aquel primer reportaje con Carlos, el fotógrafo.
Primer choque en el aeropuerto
La señal de alarma se me activó cuando llegamos al aeropuerto dispuestos a a coger el Puente Aéreo. El primer vuelo salía a los 10 minutos. Antes de que yo abriera la boca y cuando estaba tendiendo los dos billetes a la azafata de Iberia, el grito de Carlos resonó a mi espalda: “Señorita. Somos periodistas y tenemos que coger el avión de las 20.30”.
Y entonces la azafata, enfundada en azul, levantó la mirada y sin pestañear le soltó: “Pues yo soy azafata de Iberia y le aseguro que en el avión de las 20.30 no va a subir y ya veremos si sube en el de las 21.30”. Mientras en su frente, un neón inexistente decía: “¡No te me pongas chulo que te dejo en tierra!”.
Entrevista con el padre
Llegamos a Madrid tras superar varias peripecias, que mejor no contar. Pasamos la noche buscando testigos del accidente y visitando la discoteca a la que se dirigía la joven atropellada. A la mañana siguiente, fuimos a visitar a su padre. Nos recibió en su casa, compungido. Su hija aún estaba en el depósito.
Yo intenté ser amable y comprensivo. Le pregunté cómo había ocurrido el atropello y el hombre me dijo que su hija iba a la discoteca como cada viernes por la noche y caminaba por el arcén con unas amigas cuando el coche oficial la alcanzó y la mató.
El momento más crítico
Y entonces pasó. Carlos no se pudo reprimir y le lanzó al dolorido padre en su propia casa: “¿Pero a quién se le ocurre dejar ir a la niña andando a la discoteca?”. El hombre comenzó a balbucear. Yo saqué de la casa a Carlos y me deshice luego en disculpas con el padre. “Está nervioso. También tiene una hija., No ha dormido…”, le dije. Todo lo que se me ocurrió.
Volvimos a Barcelona ese mismo día casi sin hablarnos. No hubo más incidentes, aunque yo comencé a conocer con quién tenía que evitar compartir los reportajes de ahí en adelante.
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